Evangelio del domingo, 31 de mayo de 2020

Escuchar lecturas y homilía

Celebramos hoy la solemnidad de Pentecostés. Al principio fue una fiesta agrícola por la cosecha. Luego pasó a conmemorar la alianza de Dios con su pueblo en el monte Sinaí y la entrega de los diez mandamientos y se convirtió en fiesta de peregrinación a la Ciudad Santa, a la que acudían gentes de todo el mundo entonces conocido. En el Pentecostés que siguió a la Resurrección de Jesucristo tuvo lugar un suceso extraordinario que le dio un sentido diferente: los apóstoles, reunidos en oración en el Cenáculo de Jerusalén, junto con María, la Madre de Jesús, recibieron el Espíritu Santo.

Si hasta entonces habían permanecido en Jerusalén por mandato expreso de Jesús, ahora son lanzados al mundo entero: "Como el Padre me envió, así os envío Yo". Como el Padre envió a su Hijo para salvar a todos los hombres y mujeres del mundo, una vez realizada con su entrega hasta la muerte, él envía a sus discípulos a comunicársela mediante el bautismo y los demás sacramentos. Eran muy poca cosa: un puñado de incultos, cobardes y de visión estrecha y corta.

Por eso necesitaban el Espíritu Santo. Con Él podrían comerse el mundo. Y se lo comieron. Armados con la fuerza y sabiduría de lo alto se lanzan por las calles y plazas de Jerusalén, anuncian que Jesucristo ha muerto y resucitado por ellos, les llaman a la conversión y al bautismo, ellos se arrepienten y bautizan y surge la primera comunidad de discípulos de Jesús. Una comunidad hecha de todos los pueblos. Una comunidad que, consciente de que todos han recibido el mismo bautismo, no distingue entre siervos y libres, judíos y griegos, varones y hembras porque en todos ve hermanos y hermanas.

Nosotros ahora podemos tener la impresión de ser un puñado de personas parecido al de los apóstoles antes de Pentecostés. Si de nosotros dependiera la eficacia de la misión de la Iglesia, sería para tomarlo a broma. Para nuestra fortuna -y la de todos-, depende del Espíritu. Nosotros somos instrumentos en sus manos. Pidamos a María, en este último día de mayo, que su Hijo repita en su Iglesia el primitivo Pentecostés. El mundo lo necesita con urgencia.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Parroquia Sagrada Familia