Misa del domingo de la divina misericordia 19 abril 2020
Hasta el año 2000, el domingo segundo de Pascua era "el domingo in albis", día en que los bautizados en la última Vigilia Pascual dejaban la vestidura blanca que habían recibido en su bautismo. Desde el año 2000, el santo papa Juan Pablo II quiso que, además de eso, fuese el domingo de la misericordia. Es decir, el domingo en el que el mundo se redefiniese y se reorientase hacia Cristo, porque Cristo nos ha revelado el rostro de Dios.
Un rostro que devolvió la vida al hijo único de una viuda que llevaban a enterrar, que no dudó en tocar la carne de un leproso para curarle, que prefirió hacer un gran milagro antes que despedir a la gente que no tenía que comer y podía desfallecer en su retorno a casa, que defendió y perdonó a una mujer sorprendida en adulterio, que miró con amor compasivo a Pedro que acaba de negarle, que llevó consigo al Paraíso al ladrón arrepentido y que imploró el perdón de quienes le estaban matando. Ese Dios y su rostro misericordioso no han quedado atrás en la historia sino que siguen con nosotros. También ahora, cuando esta pandemia nos tiene desconcertados y asustados.
A ese rostro podemos y debemos volvernos todos, recordarle que es nuestro Padre, pedirle que tenga piedad y ayude a los científicos a encontrar la medicina adecuada y a los políticos a tener conciencia de que son servidores del bien común. Todos, especialmente los políticos, los empresarios, los hombres de la ciencia y del saber, hemos de escuchar el grito que san Juan Pablo II lanzó en la Plaza de san Pedro y las cámaras de televisión de todo el mundo el día que comenzó su Pontificado: "¡No tengáis miedo. Abrid, todavía más, abrid de par en par las puertas a Cristo!".
Ahora, mientras rogamos con insistencia y confianza a Dios que nos ayude, dejemos que Cristo abra las puertas de nuestro corazón para que, empapados en su misericordia, salgamos al encuentro del enfermo, del anciano que vive solo, del padre que ha perdido el trabajo, de los que pasan hambre en África o combaten en Oriente Medio. Y que, mientras seguimos confinados, nos hagamos muchos y pequeños actos de misericordia.
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.