Evangelio del Domingo, 6 de Septiembre de 2015
Lo había anunciado Isaías: "Se despearan los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará". El evangelio muestra que Jesús realizó esto mediante la curación de un sordomudo. En aquel momento no había inventos con los que hacer frente a la sordera y a la mudez. El sordomudo no podía oír lo que le decían ni responder. Era, pues, una persona excluida de la vida social.
Compadecidos de su suerte y sabedores del poder de Jesús, unos amigos llevan ante él un sordomudo para que le cure. Jesús le separa de la muchedumbre, le mete los dedos en sus oídos, le pone saliva en su boca y le cura. Hace que este hombre, excluido de la sociedad, se inserte en ella.
La Iglesia ha empleado este milagro para explicar los efectos que produce en nosotros el Bautismo. El Bautismo cura nuestra sordera y nos da la capacidad de oír y entender la Palabra de Dios. Cura también nuestro mutismo, y nos da la capacidad de hablar a Dios y de Dios. Todos los bautizados nos hemos convertido, por tanto, en personas insertadas plenamente en la Iglesia yen la comunión con los demás.
Debernos ser conscientes de este gran don y dedicarnos a escuchar la Palabra de Dios y a dar testimonio de nuestra fe. Si escuchamos la Palabra de Dios, el Espíritu Santo hará que la comprendamos y, si la comprendemos, podemos y debemos comunicarla a los demás. Si miramos nuestro comportamiento, no es difícil concluir que necesitarnos pedir a Dios la gracia de ejercitar las capacidades que nos ha dado el Bautismo. Porque, con harta frecuencia, nos comportarnos como sordos y mudos. Sobre todo, como mudos.
¿Cuántos cristianos tienen miedo de hablar como cristianos, miedo incluso de llamarse cristianos, miedo de invitar a otros a hacerse cristianos? ¿Nos encontramos tú y yo entre ellos? Pregúntate, por ejemplo, cuántas veces has hablado de Dios a tus hijos o Invitado a un amigo a ira misa contigo durante el último mes. ¿Necesitamos que Jesús nos cure de nuevo y nos haga testigos y apóstoles suyos?
Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,31-37):
En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá»
esto es:
«Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:
«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»