Evangelio del Domingo, 30 de Agosto de 2015
Cuando queremos caracterizar con un brochazo a una persona verdaderamente buena y noble, decimos: "Tiene un corazón de oro". En cambio, si queremos referirnos a una persona dura e inmisericorde, sentenciamos: "Tiene un corazón de piedra". Procedemos así porque estamos convencidos de que el corazón es la síntesis de la persona y, por eso, que un hombre vale, lo que vale su corazón.
El evangelio de este domingo plantea las cosas en términos de corazón. Jesús, en efecto, condena a los escribas y fariseos, porque lavan y relavan los vasos, las manos, los pucheros, etcétera, pero no se preocupan de lavar y relavar el corazón que tienen manchado.
Hay una frase que lo resume todo. Dice el Señor. "Lo que mancha al hombre no es lo que viene de fuera sino lo que procede del corazón. Pues del corazón del hombre salen los malos pensamientos, la fornicación, los robos, asesinatos, adulterios, la codicia, la malicia, el fraude, el desenfreno, la envidia, la calumnia, la arrogancia. Todas esas maldades salen de dentro y contaminan al hombre".
Jesús habla de cosas serias: el adulterio, la fornicación, el asesinato, el robo, la calumnia, la envidia, el desenfreno. Todas son violaciones importantes de los preceptos del Decálogo. Los fariseos no hacían algo malo cuando lavaban los platos y las manos, pues estaba prescrito por la ley. Lo malo es que hacían compatible estas cosas con la violación grave de los Mandamientos.
El evangelio se refiere, por ejemplo, a que dictaban sentencias injustas, favoreciendo a los ricos y pudientes y mofándose de las viudas. O a que su corazón estaba lleno de inmundicias, como los sepulcros blanqueados. En medio de una cultura que prima las apariencias y justifica las mayores aberraciones morales, sobre todo, las que no se ven, valdría la pena preguntarse qué juicio haría Jesús sobre nuestro corazón. ¿Está limpio o en él habitan la envidia, la malquerencia, el odio, la venganza, la injusticia, los malos deseos, las malas intenciones? Vale la pena examinarse.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,1-8.14-15.21-23):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús:
«¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»
Él les contestó:
«Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo:
«Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»