Evangelio del domingo, 8 de marzo de 2020

Escuchar lecturas y homilía

Escuchar la adoración al Santísimo

Escuchar lecturas y homilía (sábado tarde)

Si Dios hiciera ahora una encueta a los líderes de opinión de todo el mundo que no han oído hablar de Jesucristo y les preguntara dónde y cómo se ha realizado la salvación del mundo, ninguno daría la respuesta verdadera. Y si, en un segundo momento, les preguntara qué le ocurriría a ese pretendido salvador si era condenado y crucificado por sus enemigos, la respuesta no distaría mucho de ésta: “pues... que habría sido un iluso y la muerte acabó con su locura”. Nosotros no somos líderes de nada, pero hubiéramos acertado las dos preguntas. ¿Por qué? Porque tenemos las cartas marcadas y sabemos la respuesta de antemano.

El Catecismo nos ha enseñado que Jesucristo murió y fue crucificado. Pero que resucitó al tercer día y nos abrió ese camino a todos sus discípulos. Los cristianos de hoy conocemos que en los planes de Dios, la salvación tenía que pasar por dos estadios contrapuestos y, a la vez, complementarios: la gloria pasa previamente por la cruz y la resurrección exige la muerte. No hay otra dialéctica. En cambio, Pedro, Santiago y Juan lo ignoraban cuando subieron con Jesús al monte Tabor. Más aún, su mentalidad era tan contraria a esos planes, que podrían derrumbarse –y, de hecho, se derrumbaron- cuando llegase el momento de la pasión y de la muerte. Al llevarles al monte y trasfigurase ante ellos, Jesús les quiere abrir a la realidad total. Su muerte no sólo no terminará con él, sino que él la derrotará para siempre cuando resucite de entre los muertos. Tampoco eso lo entendieron, cuando les dijo que no contasen a nadie lo que habían visto “hasta que resucitase de entre los muertos”. Muerte y vida, cruz y gloria. Más aún, a la vida por la muerte y a la gloria por la cruz. Este es el camino de la Pascua. De la de Cristo y de la nuestra. Los hombres y mujeres de hoy, incluidos los cristianos, necesitamos actualizar y, sobre todo, aceptar este gran misterio. ¿No es maravilloso saber que el dolor y la muerte tienen sólo la penúltima palabra, pues la última la tienen la resurrección y la gloria?.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,1-9):

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Parroquia Sagrada Familia