Evangelio del domingo, 9 de febrero de 2020
Escuchar la adoración al Santísimo
Escuchar lecturas y homilía (sábado tarde)
«Las 50 personas más ricas del mundo tienen un patrimonio equivalente a 2,2 billones de dólares. Por sí solas podrían financiar la atención médica y la educación de cada niño pobre en el mundo», denunciaba el papa Francisco en un discurso el pasado cinco de febrero. Los abortos cometidos sólo en los EEUU han causado ya más muertes que la segunda guerra mundial.
Las “perlas” podrían multiplicarse, pero bastan para demostrar la actualidad y fuerza de las palabras que Jesús nos dice a los cristianos en el evangelio de este domingo: «Vosotros sois la luz del mundo y la sal de la tierra». ¡Grandiosa vocación! La luz es símbolo de vida, de calor, de alegría. Donde luce el sol, hay flores y frutos, hay fiesta y crecen los jardines y los bosques. En cambio, la oscuridad es signo de muerte, de inactividad, de pecado. Sin la luz de la verdad y del amor la vida se hace imposible, se destruyen las sociedades y se empobrecen las culturas. Los tres ejemplos aducidos son pruebas fehacientes.
Por eso, el mundo actual necesita el testimonio valiente y coherente de los cristianos. Ahí está su grandeza y su responsabilidad. Si ocultamos nuestra fe en la vida pública: familia, educación, trabajo, relaciones sociales, no sólo fracasamos nosotros sino que hacemos un gran mal a este mundo nuestro. Lo mismo ocurre si dejamos de ser sal, la otra metáfora que emplea Jesús en el evangelio de hoy. Sin la sal los alimentos se corrompen y las comidas se hacen insípidas. La sal las da sabor y hace apetecibles. Esta es otra aportación a nuestro mundo que hemos de hacer los cristianos. Es verdad que la sal escuece, cuando se deposita en la herida, y se hace insoportable cuando aparece en demasía o sin diluirse. Por eso, los cristianos nos diluimos en la masa y sólo se nos nota cuando dejamos de estar, como el calor de la calefacción, cuya existencia se advierte cuando se apaga. Preguntémonos si tú y yo irradiamos verdad, amor, gusto de vivir en nuestro ambiente. Si hacemos grata la convivencia y si da gusto estar con nosotros.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,13-16):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».