Evangelio del domingo, 6 de octubre de 2019

Es po­si­ble que se mue­va un mon­te por­que no­so­tros se lo di­ga­mos? ¿Es po­si­ble que lo ha­ga una mo­re­ra y se plan­te en el mar? Pues el evan­ge­lio de hoy ase­gu­ra: “Si tu­vie­rais fe co­mo un grano de mos­ta­za, di­ríais a esa mo­re­ra: ‘Arrán­ca­te y plán­ta­te en el mar’, y os obe­de­ce­ría”. Un grano de mos­ta­za es tan mi­núscu­lo, que ca­si es pre­ci­so ver­lo con mi­cros­co­pio pa­ra apre­ciar­lo. La fe que Je­sús nos exi­ge pa­ra ha­cer ver­da­de­ros mi­la­gros, pa­ra con­ver­tir en po­si­ble lo im­po­si­ble, bas­ta que sea ver­da­de­ra aun­que sea muy pe­que­ña. Los após­to­les lo ha­bían vis­to y lo ve­rían en re­pe­ti­das oca­sio­nes.

No­so­tros po­de­mos re­cor­dar tres ca­sos bien pal­ma­rios: el del Cen­tu­rión, el de Jai­ro y la mu­jer Ca­na­nea. El Cen­tu­rión te­nía un cria­do a las puer­tas de la muer­te y só­lo po­día sal­var­lo un mi­la­gro. Pe­ro te­nía fe en el po­der y bon­dad de Je­sús y se lo pi­dió. Cuan­do Je­sús hi­zo ade­mán de ir a ca­sa a cu­rar­lo, el Cen­tu­rión le di­jo: No soy digno de que ven­gas a mi ca­sa, bas­ta que lo di­gas pa­ra que mi cria­do sa­ne. Je­sús se ad­mi­ró de la fe de aquel hom­bre que no era ju­dío cre­yen­te sino pa­gano ro­mano. Y cu­ró a su cria­do. Con Jai­ro pa­só al­go pa­re­ci­do, pe­ro más fuer­te. Es­te hom­bre te­nía una hi­ja de tre­ce años en una si­tua­ción tan crí­ti­ca, que cuan­do Je­sús ac­ce­dió a su pe­ti­ción y mar­cha­ba pa­ra cu­rar­la, unos emi­sa­rios vi­nie­ron a de­cir­le que no mo­les­ta­ra al Maes­tro, por­que aca­ba­ba de mo­rir. Je­sús lo oyó y le di­jo: No te preo­cu­pes, ten fe. Y, efec­ti­va­men­te, gra­cias a que se fió de Je­sús, Je­sús re­su­ci­to a su hi­ja. La Ca­na­nea, co­mo ha­cen to­das las ma­dres, vino a pe­dir­le la cu­ra­ción de una hi­ja, que no te­nía re­me­dio hu­mano. Je­sús co­men­zó tra­tán­do­la con apa­ren­te dis­pli­cen­cia. Lue­go, por­fió con ella, reite­ran­do que no po­día ayu­dar­la, por­que era ove­ja de un re­ba­ño al que no ha­bía si­do en­vi­ado. Pe­ro la fe de aque­lla mu­jer fue tan gran­de, que Je­sús ter­mi­nó rin­dién­do­se y rea­li­zó lo que le pe­día, a la vez que le de­cía: “Mu­jer, ¡qué gran­de es tu fe!, que se ha­ga co­mo quie­res”. ¡Cuán­tos im­po­si­bles han rea­li­za­do los san­tos! Los mis­mos lo­gra­ría­mos no­so­tros con un po­co de fe. Por eso, hoy es bue­na oca­sión pa­ra ro­gar al Se­ñor, co­mo los após­to­les: “Au­mén­ta­nos la Fe”.

 

 

Evangelio según San Lucas 17,5-10.

Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe".

El respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', ella les obedecería."

Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'?

¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'?

¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?

Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'.»

Parroquia Sagrada Familia