Evangelio del domingo, 8 de septiembre de 2019

El evangelio de este domingo es tan importante como exigente. Importante, porque traza el camino en cuyo recorrido se encuentra y sigue a Jesús. Exigente, porque dicho camino implica unos requisitos muy duros. Concretamente, estos cuatro: preferir a Jesús antes que a nuestros seres más queridos, a nuestros mismos, a nuestros proyectos y a nuestros bienes. Para un hijo, nada hay más amable que su padre y su madre; para un esposo nada hay más amable que su esposa; para unos padres nada hay más amable que sus hijos.

Pues bien, Jesús es tajante: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre o a su madre y su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y hermanas no puede ser discípulo mío”. Tampoco puede serlo el que se prefiere a sí mismo antes que a mí. Ni el que no carga con su cruz detrás de mí. Ni el que no renuncia a todos sus bienes. Quizás alguno piense que Jesús se contradice, porque él mismo enseñó que el amor a Dios y al prójimo está a la cabeza de los mandamientos y que al prójimo hay que amarle como a nosotros mismos. Pero tal contradicción es aparente.

Lo que enseña el evangelio de hoy es que nuestra relación con el prójimo se inserta y determina por el amor a Jesús. Por eso, si uno se viera obligado a tener que optar entre Jesús y alguno de los familiares más allegados, aunque sean los más íntimos, ha de preferir a Jesús. Es lo que han hecho, por ejemplo, tantos misioneros. Lo mismo ocurre con el amor a nosotros mismos. Cuando, por ejemplo, los mártires se encuentran ante la alternativa de salvar la vida o la fe, pierden la vida y salvan la fe. El valor supremo no es la vida. Menos todavía una vida en la que prime la salud, el buen tipo y el dinero. El valor supremo es Dios. Por eso, lo que más debe importarnos no son nuestros bienes, aunque sean tan apetitosos como la propia voluntad, una buena posición económica, una larga vida en plenitud de facultades, sino Dios, hacer lo que él quiere. Aquí está la paradoja cristiana: los que siguen a Jesús, aman más que nadie y son muy felices, mientras que los que siguen sus gustos y sus bienes son muy egoístas y poco felices.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,25-33):

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Palabra del Señor

Parroquia Sagrada Familia