Evangelio del domingo, 25 de agosto de 2019
Es bueno que preguntemos cuando no sabemos o dudamos en cosas de religión. A Jesús muchas veces le preguntaban, y se alegraba y respondía cuando veía que las preguntas provenían de una buena voluntad, como cuando los apóstoles le preguntaban sobre el significado de algunas parábolas. El problema estaba cuando le preguntaban para ponerlo a prueba, como si fuese una trampa, o simplemente por curiosidad, como en el evangelio de hoy: “¿Son pocos los que se salvan?” Así pasa hoy con muchas noticias y comentarios sobre la religión: Muchas veces sólo se busca lo externo y lo que pretende satisfacer la curiosidad. En la vida también se suele atender a cosas ociosas, dejando de lado los auténticos problemas de la vida.
¿Por qué tendría aquel hombre esa curiosidad? Podía provenir por dos razones: 1) Porque había una tendencia de ver a Dios como demasiado justiciero y hasta vengativo; sin embargo Jesús predicaba un Dios que es Padre lleno de bondad para con todos. 2) Porque los judíos eran pocos respecto al resto del mundo, y ellos creían que eran los únicos que podían salvarse. Sin embargo Jesús predicaba el amor de Dios universal para todos. Hoy también muchos se hacen la misma pregunta, y hasta sacan conclusiones “a la letra” de la Biblia, como los testigos de Jehová que dicen que sólo se salvan 144 mil, sin pensar en los números simbólicos de la Biblia. De esa manera tendría que estar ya muy “cerrado” el cielo.
Jesús no responde directamente a estas preguntas, las tramposas y las curiosas. Pero aprovecha la pregunta para darnos una gran doctrina. No responde sobre cuántos se salvarán, pero nos dice lo que tenemos que hacer para salvarnos. Y nos dice dos cosas fundamentales: Que el hecho de salvarse no depende de la raza o asociación a la que se pertenece, y que hay que esforzarse por cumplir sus mensajes de salvación.
No importa a qué raza se pertenezca. Esto se lo decía Jesús especialmente a los judíos, ya que los fariseos y maestros de la ley ponían la perfección en cumplir, aunque fuese sólo de forma externa, multitud de preceptos que ellos se habían inventado. Claro, los paganos no los cumplían sencillamente porque no los sabían. Y por eso les excluían de la salvación. Jesús va a hablar claramente diciendo que, aunque sea difícil, Dios quiere que todos se salven. Y de hecho habrá muchas personas, de todas las partes del mundo, que “se sentarán en el Reino de Dios”. De modo que muchos que son los últimos, para los judíos, serán los primeros, mientras que otros que se tienen por primeros, serán los últimos. Para Dios no hay distinción de razas.
Lo más tremendo será que muchos que en la vida se han tenido como amigos de Jesús, porque han pertenecido a la Iglesia y hasta han practicado sacramentos y la oración, pueden quedarse por fuera porque no han sabido pasar por la “puerta estrecha”. Tendrá que ser trágico para éstos verse rechazados por el mismo Jesús. En otras ocasiones había insistido en lo mismo, como cuando dijo: “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el cielo, sino quien haga la voluntad de mi Padre”.
La puerta estrecha puede ser símbolo de austeridad, humildad y desprendimiento. Es el cumplir los mandamientos, sobre todo el amor, y es vivir con el espíritu de las bienaventuranzas. Salvarse no es sólo escuchar a Jesús y aun hablar con El, sino seguirle, ya que El es el “camino” que nos lleva a la verdadera puerta de salvación.
Hoy también nos dice Jesús que no es fácil, de modo que hay que “forcejear” o hacer fuerza para entrar por esa puerta. El mensaje no es para tener miedo, sino para que tengamos responsabilidad y estemos en ambiente de conversión.
La puerta la solemos hacer estrecha nosotros mismos con nuestros vicios y nuestro egoísmo; pero Dios la quiere abrir a todos. Allí no hay plazas limitadas y no hay miedo de que no quepamos todos. Lo que sí necesitamos es cumplir la voluntad de Dios, que es seguir los mensajes de Jesús, especialmente el mandamiento del amor.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,22-30):
En Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?».
Él les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo:
Señor, ábrenos;
pero él os dirá:
“No sé quiénes sois”.
Entonces comenzaréis a decir:
“Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá:
“No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».