Evangelio del domingo, 21 de julio de 2019
Hoy se nos expone en el evangelio una escena hermosa en la que Jesús va a descansar donde una familia amiga. Jesús se nos muestra muy humano: Después de un trabajo arduo, goza de la amistad y agradece las atenciones y la hospitalidad de esta familia. También de la hospitalidad se habla en la 1ª lectura, cuando Abraham acoge a aquellos tres personajes que son ángeles o representación del mismo Señor. Así le trata Abraham y recibe la gran noticia de que se hará realidad su descendencia.
En el evangelio tenemos a dos hermanas que acogen a Jesús. Parece ser que, siguiendo las costumbres judías, una se encarga de las tareas domésticas y la otra del recibimiento y atención a los huéspedes. El hecho es que Marta quería hacer algo extraordinario en la cocina y no veía bien que su hermana María estuviera tranquila escuchando a los pies del maestro. Y se lo echa en cara y le dice a Jesús que diga a su hermana que vaya a ayudarla. En ese momento Jesús quiere darla una lección, que es también para todos nosotros. No pudo ser ningún regaño. Jesús, que había dicho que hay que agradecer hasta un vaso de agua que se nos dé, mucho tendría que agradecer todo el esfuerzo que hacía Marta para atenderle en la comida.
La primera lección que da Jesús a Marta no es sobre el hecho de atenderle, sino la demasiada agitación en esas atenciones materiales. Quiere decir Jesús que El ha llegado allí porque desea verles y hablarles sobre el Reino de Dios. También admite que debe comer; pero le basta con cualquier cosa. Por eso María ha escogido lo mejor.
Esto nos lleva a reflexionar sobre nuestra vida religiosa y de apostolado. Hay un error que es el activismo: creer que es más agradable a Dios si hacemos muchas cosas. Muchas veces pasa que, por hacer más cosas externas en la religión, descuidamos lo principal que es el “cargar las pilas” del espíritu. Lo importante es saber llevar el punto medio: normalmente no descuidar el trabajo externo, pero dando más predominio a la oración y a lo que pueda aumentar la vida del alma, especialmente escuchar la palabra de Dios y meterla bien dentro de nosotros. Como hacía la Virgen María, que guardaba en su corazón las palabras y los hechos de su hijo Jesús.
Pasa no solamente con lo religioso, sino con la vida en general. No todo lo que se hace es para ganar dinero. Hay muchos que emplean mucho tiempo “por amor al arte”. Es decir, que el espíritu humano debe crecer con el asombro continuo de la naturaleza o la poesía o el deporte, sin ánimo de lucro. Esto lo hacen ecologistas y naturalistas. Y mucho de esto se debe cultivar en las vacaciones. Pero, si es muy digno recargar las pilas del espíritu humano, mucho más será aumentar nuestra capacidad de aceptación a la gracia, estando a la escucha de Jesús.
Pasa a veces con padres respecto a sus hijos. Algunos sólo se preocupan de que no les falte nada material, que tengan buena salud y estudios. Pero un hijo necesita mucho más de sus padres. Es necesario estar con ellos, escucharlos y comunicarse.
Jesús hoy nos dice que más importante que el trabajo, sobre todo el excesivo, es estar a la escucha de su palabra. En nuestra Iglesia hay quienes se dedican de una manera muy preponderante a la oración, que es escuchar y hablar con Dios, como son tantos religiosos y religiosas contemplativas. Su oficio predominante no es el de educar o el cuidar enfermos, como otros religiosos, sino el ser como un jardín de flores hermosas donde Jesús venga a descansar. Otros tendrán oficios más externos; pero siempre deben tener su tiempo para recibir más energía espiritual para su apostolado.
Hay muchas mujeres que dedican mucho tiempo para el arreglo de las iglesias. Está muy bien, con tal que no sea para su propia vanidad y recuerden a quién se dirige todo el honor, que está para recibirnos en coloquio en el sagrario. Jesús hizo con María lo que nunca haría un fariseo: permitir que una mujer estuviese a sus pies como una discípula. Y seguro que después le diría que fuese a ayudar a su hermana.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (10, 38-42):
EN aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».