Evangelio del domingo, 7 de julio de 2019
Importantísimo evangelio el de este domingo. Los técnicos lo llaman “el evangelio de la misión”. Efectivamente, Jesús envía a setenta y dos discípulos a anunciar la llegada del Reino de Dios. Setenta y dos es un número simbólico: significa que la misión de Jesús es universal, todas las naciones de la tierra. Esto acontecerá después de la resurrección. Pero ya desde ahora ha de quedar claro que el Reino de Dios no ha llegado sólo para los judíos sino para todos.
En ese envío, Jesús traza los rasgos de los misioneros de todos los tiempos y latitudes. En primer lugar, no son dueños de la mies sino criados del dueño de esa mies. Por eso, no predicarán su mensaje sino el de Jesús. Aunque ”la mies es mucha y los obreros pocos”, lo primero que les ordena no es matarse a trabajar sino rezar: rezar al dueño de la mies que envíe más obreros.
En una carta que el Papa ha escrito al pueblo alemán hace unos días para impulsar la misión en aquella nación, les dice: “Una de las primeras y grandes tentaciones a nivel eclesial es creer que las soluciones a los problemas presentes y futuros vendrán exclusivamente de reformas puramente estructurales, orgánicas o burocráticas (...) Se trata de un nuevo Pelagianismo”. Y les añade: “Necesitamos oración, penitencia y adoración. No como actitud mojigata, pueril o pusilánime sino con valentía para abrir la puerta y ver lo que normalmente queda velado por la superficialidad, la cultura del bienestar y la apariencia”.
Jesús indica a sus enviados que les manda a predicar, no a estar pendientes de la comida, el vestido y el dinero. Les advierte, además, que les envía para algo difícil: ser corderos en medio de lobos, es decir, ir con las armas del amor y de la paz, no con las de la violencia. Y deben ser conscientes de que no todos los recibirán con los brazos abiertos. Encontraran acogida y rechazo. Ellos realizaron lo que Jesús les había ordenado. ¿Cuál fue el resultado? “Volvieron muy contentos” por los frutos logrados. De todos modos, Jesús les puntualizó que debían estar contentos, sobre todo, porque sus nombres estaban inscritos en el libro de la vida. El verdadero contento es ir al cielo.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,1-12.17-20):
EN aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.
Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».