Evangelio del domingo, 5 de mayo de 2019
El capítulo está dividido en dos partes: la pesca milagrosa y el diálogo entre Jesús y Pedro. En la primera parte es de nuevo el Discípulo Amado el que primero reconoce a Jesús como “el Señor”. La historia usa los símbolos de noche y día para destacar que lo que no se logró en la oscuridad se hace ahora posible al amanecer. El evangelista usa los temas de noche y día, tinieblas y luz a través de todo su Evangelio. El fuego preparado por Jesús nos recuerda su papel de servidor de todos y prepara el escenario para el diálogo que sigue. Pedro negó a Jesús tres veces (18:16-25) y ahora Jesús le da la oportunidad de profesarle su amor tres veces también.
La lectura de hoy nos presenta tres ideas importantes:
Los discípulos de Cristo no podemos hacer nada sin la ayuda del Señor.
El dolor de Pedro es conmovedor. Sin embargo, Jesús nunca dudó de su amor.
Las palabras: “Con todo, no se rompió la red”, nos recuerda la promesa de Jesús de mantener a su Iglesia unida en medio de la carga de sus limitaciones y de las diferencias (clases de peces).
Para la reflexión:
¿Cuál es mi actitud hacia alguien que me ha rechazado o negado?
¿Puedo dejar mis fracasos en manos de Jesús para que El me ayude a amar y a ser amado de nuevo?
Lectura del santo evangelio según san Juan (21,1-19):
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar.»
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?»
Ellos contestaron:
«No.»
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
«Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice:
«Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice:
«Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió:
«Sígueme.»