Evangelio del domingo, 24 de febrero de 2019
El domingo pasado considerábamos las 4 bienaventuranzas, según san Lucas, contrastadas con las 4 negativas. En la 4ª llamaba Jesús bienaventurados a los que eran aborrecidos y malditos por el nombre de Jesús. Ahora Jesús explica atentamente que en verdad son dichosos porque tienen la oportunidad de practicar un alto grado de amor, que es el amor a los enemigos. Estos pueden ser de carácter personal o podemos considerar aquellos que se oponen a nosotros en sentido de grupo, de partido opuesto, religión diversa o tantos que vemos opuestos a nuestros intereses.
Leyendo atentamente las normas que hoy nos da Jesús a los que quieran seguirle, para muchos son desconcertantes y casi como para tomarlas como bromas. Por eso muchos buscan explicaciones a las palabras de Jesús, como si fuesen exageraciones retóricas o bellas utopías, que no habría que tomarlas al pie de la letra, sino buscando un bello ideal para algunos pocos privilegiados. Opinan que quienes lo cumplen son personas de poco carácter o poca personalidad. Así opinan los que tienen mentalidad mundana, que son demasiados. Sin embargo, no se dan cuenta que lo fácil es responder con violencia a la violencia y dejarse llevar por el odio y la soberbia. Pero para perdonar a quien te hace mal y saber amarle, se necesita mucho dominio personal y sobre todo mucho amor de verdad. El amor de verdad no puede ser sólo por motivos humanos, sino que debe ser mirando al amor de Jesucristo y su gran misericordia.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que muchos enemigos pertenecen sólo a nuestra imaginación. Si pensamos de manera positiva en los demás, tenemos ya mucho adelantado, pues solemos agrandar cosas pequeñas de oposición. Pero la verdad es que a veces sí hay enemigos personales y de grupos sociales. Lo primero que debemos realizar es el perdón. Que se puede llevar a cabo nos lo enseña el mismo Jesús en la cruz y miles de santos lo testifican: Hay casos muy conocidos, como san Esteban, san Lorenzo, san Juan Gualberto, santo Tomás Moro, santa María Goretti, etc. Hoy la liturgia nos presenta en la 1ª lectura el ejemplo de David que perdona al rey Saul, cuando era perseguido. Le perdona porque el rey es el ungido del Señor. La motivación para perdonar debe ser sobre todo la misericordia de Dios.
Pero Jesús va más allá, porque más allá del perdón pide el amor positivo. Amar a los enemigos significa: “Bendecir”, que significa hablar bien de ellos, “hacer el bien” y “orar por ellos”. En definitiva actuar con ellos como queremos que los demás actúen con nosotros. Esto es mucho más que no hacer lo que no queremos que nos hagan.
En realidad, esto es muy difícil. Para ello está la gracia de Dios que nunca nos ha de faltar, sobre todo si la pedimos en oración. Si hubiera más perdón y amor, viviríamos en mayor paz. En realidad, la verdadera paz no se puede dar si no hay amor. Las guerras y los terroristas aparecen con frecuencia porque no se sabe perdonar. En las noticias que nos da la televisión u otros medios se ve con frecuencia personas llenas de odio hacia aquellos que han ocasionado un gran mal, quizá la muerte, a familiares. No todos son así. También se dan casos de madres que perdonan y llegan a abrazar al asesino de su hijo. Estos casos son los que deberían ser puestos como ejemplo de valor.
El amor hacia los enemigos es una de las maneras de distinguir a los que quieren seguir a Jesucristo de los que se quedan en ambiente mundano. Dice Jesús que, si amamos sólo a los que nos hacen el bien, también lo hacen los que no creen. Porque con frecuencia la distinción la ponemos en actos externos, en ciertas participaciones. Hoy Jesús nos dice cuál debe ser la actitud del verdadero discípulo y del verdadero apóstol. Porque ese sería el gran testimonio de vida que arrastra hacia la conversión, quizá de aquel que ha sido enemigo nuestro. En algún momento habrá que acudir a la justicia terrena contra algunas personas, por el bien de la sociedad; pero nuestro corazón debe ser misericordioso, como lo es el mismo Dios.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,27-38):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.»