Evangelio del domingo, 10 de febrero de 2019

Hoy nos presenta el evangelio la llamada definitiva a Pedro y sus compañeros. Ya Jesús había llamado para seguirle: a Pedro y su hermano Andrés, a los otros dos hermanos, Juan y Santiago, y alguno otro; pero su vida parece que alternaba entre estar con Jesús y hacer las labores y trabajos que siempre habían tenido. Hoy está Jesús predicando a la gente que está junto al mar y junto a unos pescadores que están lavando las redes. Como se agolpaba mucha gente, Jesús prefirió predicar desde una barca. Para ello pidió permiso a Pedro. Esto tiene su importancia, pues Dios suele actuar así con nosotros: Cuando nos quiere pedir algo muy grande en lo interno, que al mismo tiempo es un gran don, comienza pidiéndonos algo más pequeño, quizá externo. Si no somos capaces de dar a Dios lo poco ¿Cómo vamos a ser capaces de corresponder a una llamada más importante que requiera todo nuestro ser?

Acabó la predicación y Jesús le dice a Pedro: “Rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar”. Al papa Juan Pablo II le gustaba mucho esta frase y la aplicaba cuando había que hacer algo más grande y dificultoso, especialmente por los jóvenes. Entrar mar adentro es una invitación que conlleva riesgos de temporales inesperados, es una invitación al trabajo serio de cada día o de situaciones más difíciles. Por eso cuesta el apostolado cuando se prevén los riesgos y dificultades y quizá el hacer el ridículo, como a san Pedro le pareció la invitación de Jesús. “Remar mar adentro” significa la necesidad de arriesgar para ir a anunciar la palabra de Dios a ciertos ambientes y situaciones difíciles. Por eso san Pedro le manifestó a Jesús lo que creía ser una gran dificultad diciendo que, si estando toda la noche pescando, que es cuando mejor puede hacerse, y no habían pescado nada ¿qué iban a coger entonces?

Sin embargo confía en Jesús y dice: “pero, ya que lo dices tú, echaré las redes”. Esta es una gran virtud necesaria para todo apóstol: la confianza en el Señor. En ese momento san Pedro se fía más de la palabra de Jesús que de la lógica de la situación. Muchas veces podemos experimentar que Dios nos desorienta con su manera de actuar. Ya había dicho el profeta: “Los pensamientos de Dios no son los nuestros, ni sus caminos son nuestros caminos”. Allí sobre pesca, la hora y las condiciones, Pedro es el experto; pero se fía de Jesús. En la vida del espíritu los frutos no dependen de nuestras fuerzas, aunque Dios quiere que colaboremos. La principal colaboración muchas veces será arrojarnos en las manos de Dios. Eso ya es un milagro. Por eso entonces el confiar de san Pedro fue el gran milagro. Luego vinieron los peces.

Ante el milagro viene el asombro y el temor en Pedro y los demás compañeros. Ante la grandeza de Jesús, se siente pecador, indigno de estar a su lado. Esta es una buena cualidad del apóstol ante la llamada de Dios. Hoy en la primera lectura, en otro ambiente: en el templo, en una gran liturgia, se presenta el Señor para llamar a Isaías. Ante la grandeza del Señor se siente indigno y “de labios impuros”. Esta sinceridad agrada a Dios para confiar algo grande, como agradó la humildad de su madre María. Era la disponibilidad que quería Jesús en Pedro y sus compañeros. Era como la disposición que manifestó el profeta Isaías al decir: “Aquí estoy, mándame”. Es la disposición que quiere Jesús hoy de cada uno de nosotros, si desde el fondo de nuestro corazón podemos decir: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

Ahora Jesús confía a Pedro su misión: “En adelante serás pescador de hombres”. Significa que en adelante se va a preocupar por distribuir la salvación de Jesús por los hombres. Dios respeta la libertad de los seres humanos; pero el apóstol debe anunciar generosamente la palabra de Dios, dejando el fruto a la virtud de esa misma palabra, o sea, al don del Espíritu Santo unido a la libertad humana. Desde ese momento Pedro y sus compañeros “siguieron a Jesús”. Esto requería dejarlo todo, familia y trabajo, para ir aprendiendo este seguimiento cada vez más total del corazón.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (5,1-11):

En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.

Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:

«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».

Respondió Simón y dijo:

«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».

Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:

«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».

Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Y Jesús dijo a Simón:

«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».

Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Parroquia Sagrada Familia