Evangelio del domingo, 13 de enero de 2019

El Evangelio de hoy pone la gente y sus sentimientos en el foco de atención: Ante el gran interrogante ¿Era este el Cristo, el Mesías, aquel que tanto esperamos desde tiempos remotos y de quien nuestros padres y madres nos han hablado tantas veces? ¿Es éste el que salvaría nuestro pueblo de todos los males que venimos cargando hace ya tantos siglos? Ciertamente no era cualquier pregunta. No era una simple expectativa. En ese solo gesto se concentraba toda la historia de un pueblo: la pasada, la presente y la futura. La gente esperaba esto de Juan. Pero él deja en claro que su ministerio no puede ni por cerca compararse con lo que el verdadero Mesías realizaría.

Aquí entra en escena el Espíritu Santo. Su rol en este pasaje se vincula con la realización de las expectativas mesiánicas, así como lo confirman muchos textos del Antiguo Testamento. Su acción cumple diversas facetas. Por un lado, se revela como figura que confirma el mesianismo de Jesús, sello de las expectativas del pueblo. Por otro, también actúa como sujeto que bautiza a los y las creyentes, a través de la persona de Jesús. Esto es sumamente significativo. Los y las presentes van al desierto a cumplir con el ritual de purificación y conversión propios de la tradición judía, seguramente por verse imposibilitados/as de hacerlo dentro de las estructuras y normativas oficiales del Templo, por ser parte de la masa excluida de los centros urbanos. Por todo esto, el bautismo de Jesús posee una significación que va más allá de cualquier rito establecido.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,15-16.21-22):

En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:

«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».

Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:

«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

Parroquia Sagrada Familia