Evangelio del domingo, 16 de diciembre de 2018
Este tercer domingo se llama: “Domingo de la alegría”. Todos nos sentimos un poco motivados a ella, porque está ya cerca la Navidad. Pero muchas veces nos basamos en la alegría barata y hueca que nos quieren dar los anuncios de compras y de fiestas mundanas. Hoy la liturgia nos invita a una alegría sincera y profunda, que es un don del Espíritu, que no tiene directa relación con el placer o la comodidad o la fortuna, ni es cuestión de temperamento, sino de la gracia y del saber que “el Señor está cerca”.
Ya en la primera lectura de la misa el profeta Sofonías alienta a la alegría, porque después de muchas calamidades, el Señor se iba a hacer presente con sus dones. Pero es san Pablo, en la segunda lectura, quien de una manera más imperiosa y urgente nos dice que debemos estar alegres. Y lo repite. Ya veía él lo que es una realidad entre nosotros: que es muy frecuente la tentación de la tristeza, del pesimismo. Y por lo tanto no se puede seguir a Cristo estando tristes. Santa Teresa decía: “Un santo triste es un triste santo”. Quería decir que era un santo falso o que no lo era.
No es fácil el estar alegres en medio de tantas contrariedades como vemos en la vida. Un autor dice: “Esto de la alegría es cosa seria”. Por lo tanto pueden estar juntas seriedad y alegría, aunque muchas veces la alegría debe notarse externamente. Hoy mismo lo dice san Pablo: “Que vuestra amabilidad (fruto de la alegría interna) sea conocida por todos”. Y sigue diciendo que nada nos debe preocupar hasta el punto de caer en la tristeza y en la depresión. Y esto porque “el Señor está cerca”.
Esa cercanía la vivimos ahora en la Navidad. En esos días recordamos y revivimos la presencia de Dios hecho hombre entre nosotros. Pero es que está cerca, porque en realidad vive entre nosotros. Vive en la Eucaristía y debe vivir en nuestro corazón por el amor. Esto es lo que nos debe llenar de alegría profunda: Dios nos ama y no nos abandona. Nunca estamos solos, sino que estamos con Dios y esperamos que esta unión sea total y eterna después de la muerte. Esperamos que un día Cristo Jesús pueda decirnos, en su última venida: “Entra en el gozo de tu Señor”.
Pero la alegría interior del corazón debe manifestarse en obras de correspondencia al amor de Dios. Hoy es día también para que nos preguntemos: ¿Qué debo hacer? Esto le preguntaban a san Juan Bautista las personas que habían sentido sus palabras entrar en su corazón y estaban en proceso de conversión. Todos los años en este tercer domingo de Adviento, igual que en el segundo, nos presenta la Iglesia en el evangelio la figura de san Juan Bautista, el Precursor, el que nos debe ayudar para prepararnos mejor a la venida del Señor. Hoy nos presenta ese diálogo de la gente que le pregunta al Bautista y las respuestas del santo, que son también para nosotros.
Lo primero que pide es el desprendimiento de bienes para compartir con quien no tiene. Entra plenamente en el espíritu de la Navidad. Y es algo que Jesús pedirá a los que quieran ser sus discípulos: estar dispuestos a renunciar a todo para estar disponibles para el bien de los demás. Una clase de personas que le preguntaba eran cobradores de impuestos, que solían aprovecharse de la gente. A éstos les dice que no exijan más de lo debido. En nuestra vida no se trata sólo de dinero; pero la verdad es que a veces por seguir nuestro egoísmo exigimos a otros lo que no debemos. De una manera concreta suele suceder en los que tienen alguna autoridad. En aquel tiempo los soldados eran autoridad. A ellos les dice que no extorsionen a nadie y se contenten con lo que es justo. Suele haber mucho abuso de la autoridad, también en una familia, cuando en realidad debe ser un servicio hecho con amor.
Prepararnos para la venida de Jesús, la de Navidad, la de todos los días y la definitiva, debe ser sobre todo crecer en el amor. Si el amor es profundo hacia Dios y hacia los demás, quizá tendremos que sufrir; pero en lo más hondo del alma brotará la alegría sincera, que nos proporcionará la paz por la presencia de Dios.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,10-18):
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
«¿Entonces, qué debemos hacer?»
Él contestaba:
«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacemos nosotros?»
Él les contestó:
«No exijáis más de lo establecido».
Unos soldados igualmente le preguntaban:
«Y nosotros, ¿qué debemos hacer nosotros?»
Él les contestó:
«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.