Evangelio del domingo, 19 de agosto de 2018

Los dos domingos pasados veíamos la primera parte del “Discurso del Pan de vida” por Jesús en Cafarnaún, donde anuncia el misterio de la Eucaristía. En esa primera parte nos pedía fe, porque, si no creemos en El, es vano que nos anuncie la maravilla de podernos unir tan íntimamente por medio de la Comunión. Terminaba el domingo pasado con lo que comienza hoy. Jesús nos dice que El mismo es el pan bajado del Cielo que debemos comer. La mayoría de la gente que escucha y que sólo piensa en el sentido material de las palabras y que no cree que haya venido del cielo, porque conocen a su familia, comienza no sólo a admirarse de esas palabras, sino a criticar o murmurar. Al final le tendrán por loco y muchos, que antes se tenían por discípulos, se marcharán. Esto lo veremos el próximo domingo. Hoy al ver la grandeza de las palabras de Jesús, hagamos un acto de fe y sintamos el amor de Dios en la Eucaristía.

Como la gente murmuraba y tomaba las palabras de Jesús en sentido materialista, como si ellos tuvieran que comerle pedazo a pedazo, creían que se burlaba de ellos. Por lo tanto Jesús repitió varias veces lo mismo, como para dar a entender que no se había equivocado, sino que era verdad. Esto que ahora anunciaba, lo haría realidad el Jueves santo en la Ultima Cena. Y no sólo les dio a comer su Cuerpo a los apóstoles, sino que les dio autoridad para que hiciesen lo mismo, como se realiza en la santa Misa, para que todos los que quieran puedan recibir ese augusto alimento.

Se cuenta que por el año 165, en tiempos de san Justino, que era un filósofo y escritor, algunos paganos acusaron a los cristianos de algo horrendo y prohibido, como era comer la carne de alguna persona. Esto se debía a que el sacerdote decía: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, y: “Tomad y bebed, esta es mi sangre”. En realidad los paganos no podían entender cómo los cristianos pudieran quedar tan alegres y al parecer tan satisfechos después de lo que habían celebrado y recibido. Entonces san Justino tuvo que escribir algo muy hermoso en defensa de la sagrada Eucaristía.

Algo que tenemos que tener en cuenta es que Jesús no promete una presencia simbólica o figurativa, como si fuese un recuerdo o una bella idea. La presencia de Jesús es real y verdadera. Recibimos el verdadero Cuerpo de Jesús. Es Él en persona quien viene a nosotros en la comunión. Esto sólo lo puede inventar Dios, de modo que nos podemos estrechar íntimamente cuando recibimos aquello que parece un poquito de pan o un poquito de vino. Nuestra fe nos dice que aquello ya no es pan, sino que es el mismo Jesús que penetra en nuestro ser. Es un acto sublime de amor de Dios.

Un buen padre no se contenta sólo con haber dado la vida a sus hijos, sino que les alimenta y les proporciona los medios para crecer y ser personas dignas. Muchos medios nos da Dios, después que nos hicimos sus hijos por el Bautismo; pero el alimento más importante es el que anuncia hoy: su propio Cuerpo. Algo muy especial que tiene este alimento es lo que se dice desde hace muchos siglos: que los alimentos corrientes se convierten en nuestra propia naturaleza, porque son inferiores a nosotros; pero el alimento del Cuerpo de Cristo es tan superior a nosotros que tiende a que nosotros nos convirtamos en su naturaleza. Por lo cual no encontramos un medio más importante para unirnos a Dios que recibir dignamente la sagrada Eucaristía.

Así que recordemos que cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración, no se trata de un simple recuerdo, sino que se está realizando presente el mismo sacrificio de la Cruz, ahora ya glorificado. Y luego Jesús permanece en el Sagrario, para que le visitemos y le adoremos. Él quiere venir para fortalecer nuestra vida espiritual. Por eso, cuando vamos a la misa, no vamos sólo para cumplir un precepto, sino para estar con quien más nos quiere, poder fortalecer nuestra fe en las luchas de cada día y poder recibir la alegría para la vida. Cuando rezamos “Danos hoy nuestro pan de cada día”, no sólo pedimos el pan material, sino el espiritual.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Disputaban los judíos entre sí:

«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»

Entonces Jesús les dijo:

«Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron;,el que come este pan vivirá para siempre.»

Parroquia Sagrada Familia