Evangelio del domingo, 10 de junio de 2018
En este Evangelio, Jesus nos enseña que la división nunca es buena, ni siquiera entre los demonios. La división siempre destruye, no importa cuán buena o mala sea. Si nos encontramos divididos, todo lo que emprendemos se vuelve contra nosotros y no permite enfocarnos en nuestros propósitos. Por eso, Jesús afirma en otro evangelio que nadie puede servir a dos maestros, pues amará a uno y despreciará al otro.
Dios nos pide que le sirvamos y le amemos de todo corazón, y muchas veces fallamos. Él lo sabe. Conoce que somos débiles y, aun así, espera que lo intentemos con todas nuestras fuerzas, porque aguarda el momento en que reconozcamos que, para lograrlo, debemos contar con sus fuerzas y no con las nuestras. Es así que la lucha por el reino de Dios depende no tanto en aquello que hacemos y aquello en lo que fallamos, sino en cuánto confiamos en el amor y perdón de Dios que siempre nos está esperando.
Jesús lo perdona todo y quiere perdonarlo todo, pero si no nos acercamos a pedir perdón, nisiquiera Él puede perdonarlo pues estamos desconfiando de su amor por nosotros. O, si interiormente decimos que queremos recibir el perdón y exteriormente nos alegramos de seguir pecando, estamos divididos, y esta división nos llevará al final a la ruina.
Lectura del santo Evangelio según san Marcos. [Mc 3, 20-35]
En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
El los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».