Evangelio del domingo, 15 de abril de 2018
Todas nuestras familias tienen su propia historia. Esa historia no está hecha de especulaciones, opiniones o ideas personales sino que se fundamenta en hechos, testigos y narradores. Nuestros padres vieron que nuestros abuelos hicieron o dejaron de hacer ciertas cosas, luego nos las trasmitieron y nosotros hacemos lo mismo con los que nos siguen. Sin esos hechos, testigos y narradores nosotros seríamos un árbol sin raíces y sin referencias. La Iglesia, que es la familia de los hijos de Dios, tiene también su propia historia y, por ello, sus hechos fundantes, sus testigos y sus trasmisores. Los hechos son la vida, doctrina y obra de Nuestro Señor Jesucristo.
Los testigos son los apóstoles, los cuales vivieron con él y le acompañaron en su vida, en su muerte y en su resurrección. Ellos mismos fueron también los trasmisores, sobre todo, con su propia vida, su predicación y sus escritos. Esos escritos son “los evangelios”, como los llamaba ya san Justino, a mediados del siglo segundo. De hecho, san Mateo y san Juan fueron del grupo de los Doce y san Marcos nos ha trasmitido la predicación de san Pedro a los cristianos de Roma. Gracias a ellos sabemos que Jesucristo resucitó, pues le vieron en persona en muchas ocasiones, contemplaron sus manos y pies llagados, comieron con él, recibieron el mandado de contárselo al mundo entero. “Vosotros, les dijo Jesús en el evangelio de este domingo, sois testigos de esas cosas”. Cuando os envíe el Espíritu Santo iréis a anunciárselo “al mundo entero”. Tú y yo somos parte de ese mundo y, por ello, los que ahora hablamos de ello a los que no conocen o se han apartado de Jesucristo. No hace falta ser sacerdote. Todos los bautizados somos “testigos” que confiesan su fe sin miedos ni vergüenzas. Diría más. Los primeros y principales testigos y narradores de la fe son los padres. Ellos son los primeros que descubren a Dios a sus hijos, los primeros que les hablan de él, los primeros que les enseñan recurrir a Dios en las alegrías, penas, éxitos y fracasos, los primeros que les enseñan a rezar y a pedir perdón de sus pecados. ¡Qué maravilloso es ser testigos de Jesucristo con los hechos y las palabras!
Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,35-48):
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros.»
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma.
Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.»
Dicho esto, les mostró las manos y los pies.
Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo que comer?»
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.»
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»