Evangelio del domingo, 18 de marzo de 2018
Jesús está en Jerusalén. Ha venido a celebrar la Pascua. Ya lo ha hecho otras dos veces, pero ésta tiene una importancia especial. En las anteriores había un cordero que se degollaba en el Templo y luego se asaba y comía en casa como algo sagrado, porque conmemoraba la liberación de la esclavitud de Egipto.
En esta ocasión, el Cordero será él, que también será degollado y muerto, precisamente a la misma hora en que se mataban los corderos pascuales. Muchas veces había soñado con este momento, que él celaba con las expresiones enigmáticas de “no ha llegado mi hora”, “cuando llegue la hora” y similares. “Su hora” ha llegado. Es la hora de entregar su vida, de hacerse lo que dirá a quienes ahora le rodean: “grano de trigo que cae en tierra y muere”. Él no ha venido al mundo para irse con las manos vacías sino cargadas con fruto abundante.
El grano de trigo, en efecto, sólo se pierde cuando no se siembra o cuando no germina. Pues acaba en la boca de un pájaro o convertido en harina y comido por los hombres. Si cae en tierra y germina, se destruye. Pero es una destrucción sólo aparente. Porque de él surgirá un puñado de espigas y muchos granos. De la muerte de Cristo surgirá la Iglesia y sus sacramentos, sobre todo los del Bautismo y la Eucaristía. Más aún, surgirá una nueva humanidad. Esa muerte alcanzará con su eficacia a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos que podrán liberarse de sus pecados, convertirse en hijos de Dios, vivir como verdaderos hermanos y abrirse, por la resurrección, a un horizonte de eternidad.
Para nosotros, discípulos suyos, rige la misma ley. Si corremos su misma suerte, si morimos a nosotros mismos y nos damos sin tasa ni medida a los demás daremos mucho fruto. El que quiera llevar una vida sin cruz y sin muerte, además de intentar un imposible, se cierra a la fecundidad y se queda prisionero de su egoísmo. Su vida no habrá valido la pena. ¡Cuántas vidas actuales son granos de trigo infecundo, vidas que no son vida, vidas gastadas en futilidades y autodestrucciones! Jesús se acerca hoy a ti y a mí y nos invita a dar la vida, a entregarnos por amor, a llenarnos de frutos.
Lectura del santo evangelio según san Juan (12,20-33):
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.