Evangelio del Domingo, 31 de Mayo de 2015
La vida cristiana de cada uno de nosoLtros comenzó con estas palabras: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Y concluirá -¡Dios lo quiera!- con estas: "Sal de este mundo, alma cristiana, en el nombre del Padre que te creó y del Hijo que te redimió y del Espíritu Santo que te santificó".
Entre estos momentos, son incontables las veces que hemos oído esos tres nombres y no menos incontables las que los hemos pronunciado. Base pensar que cuando decimos el "Gloria Patri", rezamos así: "Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo". Cuando hacemos la señal de la cruz, por ejemplo, al salir de casa cada mañana, repetimos: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Cuando renovamos las promesas bautismales en la Vigilia Pascual o al recibir el sacramento de la Confirmación, lo hacemos confesando nuestra fe en cada una de esas tres divinas Personas.
Lo mismo sucede cuando vamos a misa: la comenzamos con la señal de la Cruz y la concluimos con la bendición del obispo o del sacerdote en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Más aún, toda la misa es un acto completamente trinitario. Porque en ella, por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, Jesucristo ofrece por nosotros el sacrificio redentor. Antes de consagrar el pan y el vino, el ministro pide al Padre que envíe al Espíritu Santo para que esos dones se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Al final de la gran oración eucarística o canon, el ministro dice con toda solemnidad: "Por Cristo, con él y en Él, a 'Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos". Cada una de las oraciones se dirige al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo. Y la gracia que viene de lo alto, viene del Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo.
Hoy, día de la Santísima trinidad, es una oportunidad de oro para dar gracias a Dios por habernos introducido en su misma vida divina en el día de nuestro Bautismo, y porque nuestra vida puede convertirse, como la suya, en un acto permanente de amor.
Lectura del santo evangelio según San Mateo (28,16-20):
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»
Puedes escuchar la homilía aquí.