Evangelio del Domingo, 29 de octubre de 2017
Eran los días últimos de Jesús. El evangelio nos trae en estos días diversos enfrentamientos verbales con sus adversarios, que eran sobre todo los fariseos y saduceos. Hoy nos presenta a un fariseo que con cierta mala intención le pregunta a Jesús cuál es el principal mandamiento de la ley. Esto se debía a que, además de los diez mandamientos, se habían acumulado diversas normas legales, por lo que entre los fariseos, más o menos entendidos en la Ley, tenían sus discusiones sobre lo que debería ser más importante. Unos creían ser la ley del descanso sabático, otros las limosnas o las oraciones.
Jesús hoy nos enseña que lo más importante es el amor: el amor a Dios, como ya estaba claramente expresado en el Ant. Testamento. Pero Jesús dice que, unido a este mandamiento, hay otro igualmente importante, que es el amor al prójimo.
Hay que hacer una importante advertencia: Aquel fariseo, con su pregunta, y Jesús, con su respuesta, están en distinta esfera o distinta onda. El fariseo está pensando en los mandamientos de la Ley como una serie de preceptos y dogmas, donde unos se consideran más importantes que otros. Jesús está pensando en la actitud principal de quien quiere conseguir el Reino de Dios. Es como una “manera de ser”.
Por lo tanto Jesús no está respondiendo directamente a la pregunta, sino que, como suele hacer en otras ocasiones, aprovecha la pregunta para darnos un mensaje. Y hoy nos da el gran mensaje de que amar no sólo es lo más importante, sino que quien ama de verdad tiene conseguido todo, está cumpliendo toda la Ley y los profetas.
De hecho cumplir leyes por cumplir no tiene sentido, si no hay algún valor humano principal, que sea motor de las acciones. Debe haber algún principio de sabiduría que dé valor y sentido a las leyes. Jesús nos da ese valor, que es el amor. En el Antiguo Testamento, en los salmos especialmente, se formula ese principio con el hacer la Voluntad de Dios. Hoy nos enseña Jesús cuál es la voluntad de Dios: amar.
Hoy nos dice Jesús que el amor tiene dos direcciones, amar a Dios y amar al prójimo. Pero están unidos formando un solo motor. Son como dos alas de un ave que vuelan conjuntadas. Querer amar a Dios sin amar al prójimo es como una trampa; pero querer amar al ser humano sin amar a Dios, es empequeñecer todo amor.
No es fácil amar a Dios, y sentir ese amor, porque Dios es infinito, invisible y espiritual. Y, claro, es más fácil amar a alguien a quien se ve o se palpa, como esposos, hijos y amigos. Pero los santos (las personas buenas) han sentido y sienten el amor a Dios, a cualquiera de las tres personas divinas, como algo personal y muy vivo. Es un amor que siempre debe ir en ascenso.
No es fácil amar a Dios, porque en esta vida limitada mezclamos los inmensos bienes divinos con las limitaciones de esta vida de paso, como son enfermedades y tantos problemas que tenemos por la limitación de la naturaleza o nuestros propios defectos. Debemos mirar más a lo positivo que es mucho.
Y entre lo positivo, lo que es don del Dios bueno, es toda la Creación, nuestro propio ser y existencia. Y la Redención: el hecho de que Dios nos ama tanto, que se ha “anonadado” haciéndose hombre y muriendo en la cruz por nuestra salvación.
Aun así, no es fácil el amor a Dios. Por eso nos enseñó algo concreto y lo expresó como Él lo sentía y vivía: Si queremos amar a Dios, debemos amar al prójimo.
Y, si para amar a Dios “totalmente”, lo expresó diciendo que debemos amar con todo el corazón (sin reservas), con todo el alma (toda la sensibilidad) y con todo el ser (todas las fuerzas), el amor al prójimo también es total, pues debemos amar a los demás “como a ti mismo”. Y nadie se quiere el mal para sí, sino que busca el bien y la felicidad de forma positiva. De esto precisamente nos juzgará el Señor, cuando después de pasar la vida limitada vayamos a la vida sin fin.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,34-40):
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo:
«"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»