Evangelio del Domingo, 23 de julio de 2017
El evangelio de este día nos trae tres parábolas de Jesús para explicarnos lo que es el Reino de Dios: el trigo y la cizaña, el grano de mostaza y la levadura en la masa. Nos fijaremos especialmente en la primera porque es la más larga y porque Jesús mismo la explicó. Es imposible tener un sembrado sin ninguna maleza; mucho menos si ha venido un enemigo y ha sembrado allí hierva mala (cizaña). En el mundo crecen juntos los buenos y los malos. En el tiempo de Jesús había grupos como los fariseos y los esenios, que se tenían por justos y procuraban vivir separados de los “injustos”.
En la Iglesia también se dan los buenos cristianos junto con los menos cristianos, los tibios, los indiferentes o los pecadores. La mayoría de la gente tiene parte de bueno y parte de malo, o es gente que cambia: en momentos es mejor y en momentos es peor. Hay una tendencia instintiva en catalogar, en etiquetar a la gente, y muchas veces se divide la humanidad en buenos y malos. Pero la realidad no es así. Y lo que hoy nos dice Jesús es que no tenemos derecho a juzgar a las personas, porque además muchas veces nos equivocamos. Juzgamos con una autosuficiencia egoísta muy grande. En los medios informativos encontramos mucha intolerancia: insultos, descalificaciones. Y la mayoría de las veces se juzga por situaciones externas ya pasadas, sin dejar a la persona la libertad de poder cambiar y ser de otra manera.
Hoy Jesús nos estimula a tener paciencia, nos invita a la esperanza, que no es pasividad ni indiferencia. Hay que trabajar por el bien; pero con respeto a los otros, que pueden cambiar. El ejemplo de esta paciencia está en Dios.
A veces en la Biblia, especialmente en algunos salmos, da la impresión de que Dios es impaciente y hasta vengativo; pero en los pasajes más notables de la Escritura no es así: Dios es clemente y misericordioso, lento a la ira y deseoso de perdonar. La Biblia es el libro de la paciencia de Dios para con su pueblo: llama a todos y a todos acoge y perdona a quien busca la conversión. La Iglesia tiene como misión encarnar la paciencia de Jesús y revelar el verdadero rostro del amor. Podemos recordar aquel suceso cuando algunos discípulos le pedían a Jesús que mandase bajar fuego del cielo contra una ciudad que no les quiso acoger. Jesús les tuvo que decir que no era ese su espíritu ni el mensaje que les había ido enseñando. Jesús reprueba el fundamentalismo religioso.
Hay que recordar que la verdadera separación de buenos y malos se hará después de la muerte. Dios es el único Juez, que juzgará con justicia y misericordia. Dios quiere que todos se salven, y por eso espera pacientemente, porque todos tienen alguna oportunidad de convertirse. Por eso nos rodea con su palabra, con el ejemplo de los buenos y la oración de los consagrados. Por nuestra parte debemos tener más tolerancia, que proviene del respeto a los otros para que haya convivencia. Respeto no es indiferencia o pasar de todo. El respeto indica proximidad para buscar un acuerdo.
El amor y el bien deben desarrollarse con sencillez, pero con grandiosidad, como la semilla pequeña o la levadura en la masa, para ir cambiando las estructuras de la sociedad. La parábola de la mostaza nos indica que la grandeza no está en la espectacularidad, sino en los pequeños actos de cada momento hechos con mucho amor. A nuestro alrededor encontramos personas a quienes catalogamos como peores que nosotros. ¿Conocemos su formación y sus sentimientos interiores? Por nuestra parte nos corresponde el respeto y trabajar siempre por la verdad y con mucha paciencia. Jesús nos da ejemplo de esta paciencia con los pecadores.
En su Pasión se reveló en todo su esplendor esta paciencia, mostrándolo con su perdón: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Junto a la cruz había dos ladrones; pero uno mostró sus buenos sentimientos y Jesús le acogió con todo el afecto de su corazón. Así quiere que acojamos a todos con bondad y esperar que la misericordia de Dios sea grande con ellos y con nosotros en el juicio final.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,24-43):
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente:
«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:
"Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" Pero él les respondió: "No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero."»
Les propuso esta otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.»
Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente.»
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta:
«Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré los secretos desde la fundación del mundo.»
Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle:
«Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.»
Él les contestó:
«El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará sus ángeles y arrancarán de su reino a todos los corruptos y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su padre. El que tenga oídos, que oiga.»