Evangelio del Domingo, 16 de julio de 2017
El mismo sembrador. La misma semilla. El mismo método de siembra. Todo igual. Sin embargo, la cosecha fue muy desigual. Una parte de la semilla quedó baldía desde el primer momento. Otra, nació y creció enseguida, pero se secó con la misma rapidez. Otra, pese a su fuerza originaria, terminó siendo anulada por lamaleza. Pero no todo fueron fracasos. Pues parte de la semilla produjo tanto fruto que se multiplicó por treinta, por sesenta y hasta por ciento. ¿Qué había ocurrido? Algo tan simple como la variedad de la tierra. Eso es lo que nos enseña el evangelio de este domingo. Un evangelio en el que Jesucristo hace balance de su predicación. Porque "el sembrador que salió a sembrar" era él.
La semilla era la Palabra divina que había salido de su boca y de sus actos. A estas alturas de su ministerio tenía que constatar que algunos le habían oído como quien oye llover: sin prestarle el mínimo interés. Otros le habían escuchado con gusto al principio, pero se habían echado atrás cuando les había presentado su programa de vida. Otros habían querido compaginar su enseñanza con sus intereses y éstos habían prevalecido. Sin embargo, no todo era fracaso. Al contrario, tenía un grupo de incondicionales que se bebían su enseñanza y cada día estaban más entusiasmados con él. La historia vuelve a repetirse. Jesucristo sigue sembrando su Palabra por medio del Papa, los Obispos, los sacerdotes, los padres y educadores cristianos, los comunicadores de masas con criterio y honestidad.
Y la cosecha vuelve a ser idéntica: nula en muchos casos y abundante en otros. No seamos superficiales y vayamos más allá de la mera constatación de los hechos. Interioricemos las cosas y preguntémonos: Yo ¿qué clase de tierra soy? ¿La Palabra de Cristo produce en mí frutos de servicio, de comprensión, de ayuda al necesitado, de paz y fraternidad, de convivencia, de entrega al que reclama mi tiempo, mis cualidades y mis posibilidades? O ¿sigo con odio en el corazón, con envidia, preocupado sólo de mí y de mis cosas? Sopesa tu vida. Porque tienes que dar fruto. Más aún, fruto abundante. No puedes malgastarla.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,1-23):
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:
«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.»