Evangelio del Domingo, 23 de abril de 2017
Estamos en Jerusalén. Los discípulos de Jesús están en el Cenáculo con las puertas bien trancadas. No sólo porque está anocheciendo sino, sobre todo, porque tienen miedo a que los judíos hagan con ellos lo que han hecho con su Maestro. Si a Él, que hacía cosas maravillosas y realizaba milagros, le han matado, con ellos lo tienen más fácil. Su única defensa es meterse en casa, cerrar las puertas y llorar juntos su pena. Falta Tomás. De pronto, se presenta Jesús y se pone en medio de ellos.
No viene a echarles una bronca, aunque la tienen sobradamente merecida, pues todos le dejaron solo cuando más les necesitaba. Jesús Resucitado no viene en plan de guerra. Por eso, su primer saludo es “la paz esté con vosotros”. Enseguida les muestra las señales de su Pasión: sus manos llagadas y su costado abierto. Ellos se llenan de tanta alegría, que el corazón no les cabe en el pecho. Nada más lógico, por ello, que cuando el Resucitado desaparece y llega Tomás, todos a una voz le griten: “¡Hemos visto a Jesús!”. Tomás se hace el interesante, el intelectual: “Si no veo la señal de los clavos y meto la mano en el costado, no creo”. Podría haberle costado cara su separación del grupo y su obstinación. Jesús prefirió darle una segunda oportunidad.
A los ocho días –tal día como hoy, segundo domingo de Pascua- vuelve el Resucitado, llama a Tomás, acepta sus condiciones y le enseña las manos y el costado. Pero Tomás no mete sus dedos ni su mano. Con humildad hace el acto de fe más grande que hay en el Evangelio: “Señor mío y Dios mío”. Jesús Resucitado se hace presente a los discípulos de hoy cuando nos reunimos en la Eucaristía de cada domingo. ¡Pobres de los que se ausentan de esta celebración! “Se arriesgan a perder la fe”, dijo san Juan Pablo II. Más aún, si persisten en su ausencia, no sólo se privarán de la paz y de la alegría que Jesús otorga incluso en los momentos duros de la vida, sino que tirarán la toalla y echarán por la borda su fe en Cristo y en la Iglesia.
Recuperar la misa del domingo y recuperar la unión con los demás hermanos en la fe es imprescindible –aunque insuficiente- para vivir hoy como cristianos
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):
AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.