Evangelio del Domingo, 2 de abril de 2017
El evangelio de este domingo narra la resurrección de Lázaro de Betania. Allí vivían tres hermanos: Lázaro, Marta y María. Jesús tenía una gran amistad con ellos. Un día enfermó gravemente Lázaro y a Marta le faltó tiempo para pasar aviso a Jesús, consciente que vendría a curarle. Jesús recibió la noticia pero siguió predicando. Por fin vino a Betania. Marta, hecha un mar de lágrimas, musitó: “Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.
Jesús le replicó: “Tu hermano resucitará”. A lo que ella contestó: “Sí, el último día”. Jesús se refería a otra cosa. Le estaba diciendo que volvería enseguida a vivir. Y pidió que le llevaran donde estaba el cadáver. Al llegar al sepulcro, Jesús mandó quitar la losa. Pero Marta reaccionó: “No, ya huele. Lleva muerto cuatro días”. Jesús, después de repetirla que creyera, da una fuerte voz y grita: “Lázaro, sal fuera”. Y Lázaro volvió a la vida. Fue un milagro espectacular.
Pero la Iglesia no lo lee hoy con ese registro sino en clave bautismal. Quiere dar, en efecto, la tercera y última catequesis sobre el Bautismo a los adultos que recibirán ese sacramento la próxima Noche de Pascua. Jesús volverá a repetir el milagro. Más aún, lo mejorará. Efectivamente, Lázaro resucito pero volvió a morir.
El que se bautiza viene muerto, pues trae a cuestas el pecado original y los pecados personales que ha cometido a lo largo de su vida. Si se abriera en canal su alma, daría un olor mucho más fétido que Lázaro. Jesús –que es quien en realidad bautiza, a través del ministro- le devuelve la vida de la gracia y amistad con Dios. Un día, la vida biológica llegará a su término y morirá. Pero no de modo definitivo. Porque el Bautismo le ha hecho miembro de Cristo Resucitado. Le ha dado, por tanto, la prenda y la semilla de victoria sobre la muerte. También él resucitará. Pero no como Lázaro, sino como Jesús: para vivir para siempre. Los que creemos en Cristo y recibimos el Bautismo podemos decir, con verdad, que no nos morimos sino que nos dormimos por una temporada. Un día nos despertaremos para siempre. Por eso hemos sustituido necrópolis por cementerio, que significa dormitorio.
Lectura del santo evangelio según san Juan (11,3-7.17.20-27.33b-45):
En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús: «Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.