Evangelio del Domingo, 29 de enero de 2017
Si ahora saliera a la calle y preguntara a las cien primeras personas que encontrase, si querían ser felices, estoy seguro de que la respuesta sería unánime: “Por supuesto, quiero ser feliz”. Si, luego, formulara esta otra: ¿“Tú eres feliz?”, la respuesta ya no sería igual, pues unos dirían que sí son felices, al menos bastante felices, mientras que otros contestarían con un “no” rotundo. Finalmente, si insistiera preguntando “¿cómo ser feliz?”, las respuestas serían muy variadas, aunque me temo que la mayoría diría algo parecido a esto: teniendo mucho dinero, viajando por todo el mundo, con un trabajo seguro y bien remunerado, disfrutando de la vida a tope y cosas por el estilo.
Efectivamente, muchos hombres y mujeres de hoy piensan que la felicidad está en el dinero, en el placer, en el sexo, en el éxito profesional, en no carecer de nada, en que las cosas te salgan redondas. Me parece que es preciso pararse y pensar. Porque todos conocemos gente con mucho dinero que no es feliz, porque, por ejemplo, está en la cárcel por haberlo robado. Todos conocemos alguna persona que ha triunfado en sus negocios y en su profesión, y no es feliz, porque ha fracasado en su matrimonio. También conocemos personas que son aparentemente superfelices, pero que, cuando rascas un poco y te contestan con un mínimo de sinceridad, te encuentras que son profundamente desgraciadas.
La conclusión lógica sería que el dinero, el placer, el sexo, etcétera no dan la felicidad y que habría que buscarla en otras cosas. Sin embargo, la conclusión que sacan muchos es ésta: “No es posible ser felices”. De nuevo hay que detenerse y pensar. Porque hay gente que es feliz. Más aún, muy feliz; y no tiene dinero, vive casta y sobriamente, tiene dificultades, sufre incomprensiones y enfermedades.
Es la paradoja de las Bienaventuranzas que son el evangelio de este domingo. Dichosos –dijo Jesús- los pobres, los que sufren, los castos, los perseguidos, los calumniados por ser buenos. Jesús nunca engaña. Somos nosotros los que nos engañamos no fiándonos de su palabra.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,1-12a):
EN aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».