Evangelio del Domingo, 4 de diciembre de 2016
El evangelio de este domingo no es apto para gente de piel fina. Léase para quienes son amigos de componendas y para quienes “todo el mundo es bueno”. Porque nunca fue fácil presentarse ante un Profeta verdadero y escuchar su mensaje. Eso es lo que ocurre con el evangelio de hoy. Nos sitúa ante un Profeta que acredita su condición con el género de vida que lleva y el mensaje que predica.
Es Juan el Bautista, el segundo gran personaje del Adviento. Vive en un desierto. Viste no sólo con sobriedad sino con austeridad. Tiene conciencia clara de ser portador de una misión tan importante como arriesgada: anunciar que el Mesías esperado está a la puerta y es preciso cambiar de vida para que, cuando llegue, no le obliguemos a pasar de largo y nos quedemos maniatados y postrados. “Haced obras dignas de penitencia”, clama con voz potente y poderosa. No esgrimáis ningún título ante quien ve el fondo de vuestra vida, no sólo lo que aparentáis y “puede sacar hijos de Abrahán de las piedras”.
Es un mensaje exigente, pero no duda en decírselo a los que detentan el poder del dinero –los saduceos y de la ciencia y práctica religiosa –los fariseos-. Sus palabras suenan como un trueno en la noche: “Dad el fruto que pide la conversión”. Sí, convertíos. Pero de verdad. Convertirse es más que predicar. Convertirse es dar trigo. Convertirse es reconocer que somos pecadores, pedir perdón y reconciliarnos con Dios y con los demás mediante el sacramento de la Penitencia.
Miremos dos puntos concretos: la familia y la justicia. La familia: ¿Cómo trasmiten los padres la vida y la fe a los hijos? ¿Cómo obedecen, respetan y aman los hijos a sus padres? ¿Cómo se tratan los esposos entre si? ¿Cómo se preparan los novios al matrimonio? ¿Cómo colaboran padres y profesores en la educación de los niños y jóvenes? La justicia: ¿Pagamos sueldos justos? ¿Trabajamos con honradez y profesionalidad? ¿Qué comportamiento tenemos hacia los emigrantes? Jesús está a la puerta y viene a salvarnos. Preparemos el camino con un cambio verdadero de vida, que vaya más allá que pintar de colorines la fachada de nuestra alma.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (3,1-12):
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos."»
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizará, les dijo: «¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: "Abrahán es nuestro padre", pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.»