Evangelio del Domingo, 20 de noviembre de 2016
Jesús está a punto de morir. Sus enemigos le han clavado en una cruz. No contentos con ello, le han puesto por escolta a dos ladrones: uno a su derecha y otro a su izquierda. En frente tiene a sus enemigos y a la masa del pueblo.
Todos se ríen de él y le desafían a que muestre que no es un loco sino el Mesías. “A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”, le gritan sarcásticamente las autoridades. “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”, le dice uno de los ladrones. “Si eres el Cristo, el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo, muestra tu poder!” ¿Para qué sirve un Cristo que no puede salvarse a sí mismo de la muerte ni a los demás? ¿Quién pondrá en él su confianza?
La tentación no puede ser más terrible ni más insidiosa: ¡qué espectáculo bajar de la Cruz y salvar a los dos ladrones dejando atónita a esta jauría humana! ¿Quién de nosotros la hubiera resistido? ¡Claro que puede bajar de la cruz! Pero, si lo hace, será un gran fracasado. Permaneciendo en ella será un triunfador. Son las paradojas de Dios, que tiene sus baremos para medir los éxitos y los fracasos.
Nosotros llamamos “éxitos” a tener mucho dinero, estar por encima de los demás, triunfar en la vida, disfrutar a tope. Por eso al pie de la cruz sus compatriotas siguen esperando que Jesús sea un Mesías glorioso y victorioso. Es la misma propuesta del demonio en el desierto y de Pedro cuando habló de su Pasión. En cambio, para Dios los éxitos son servir y dar la vida por amor.
El que sirve por amor, triunfa, incluso cuando los hombres dicen que fracasa ¡Eso es lo que hizo Jesús permaneciendo en la cruz y no cediendo a la tentación de presentarse como un Mesías glorioso y espectacular! Lo había dicho y lo ha cumplido: “Cuando sea levantado sobre lo alto, atraeré a todos hacia mí”. Jesucristo es rey y la cruz es su trono, porque allí cumplió el plan de Dios: dar la vida por los hombres para reconciliarlos con el Padre.
Hoy, día de Jesucristo Rey, déjale que reine en tu vida, en tus proyectos, en tu familia, en tu trabajo, en tu corazón. Ya sabes el camino: servir amor, preferir la voluntad de Dios a la tuya. Y yo, a la mía.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (23,35-43):
En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».