Evangelio del Domingo, 25 de Septiembre de 2016
El evangelio de este domingo es una fotocopia de nuestra sociedad, en la que, mientras unos pocos lo tienen de todo, la mayoría carecen de todo. Esa es, en efecto, la versión moderna de la parábola del rico Epulón y el mendigo Lázaro.
Epulón era un hombre que banqueteaba a diario, vestía ricos trajes y vivía lujosamente. Mientras tanto, un pobre mendigo estaba a su puerta cubierto de llagas y muerto de hambre, sin que él le remediara. Un día llamó la muerte a la puerta de los dos y murieron el uno y el otro. Pero no corrieron la misma suerte. Hubiera sido una injusticia insufrible y contra el más elemental sentido común y Dios no es injusto ni actúa contra la razón. Por eso, Epulón fue castigado y sepultado en el infierno y Lázaro fue premiado y llevado al Cielo. Después sucedió lo que siempre ocurre. El que no se había preocupado nunca de ayudar a Lázaro, pide que ahora venga en su ayuda. La respuesta de Dios es clara: es imposible, porque la eternidad es invariable y del lado que cae el árbol permanecerá para siempre. La parábola termina con un acto de súplica de Epulón a favor de cinco hermanos que viven todavía y corren el peligro de acabar como él. Pero Dios le responde: que escuchen a mis representantes, porque si no lo hacen, no reaccionarán aunque venga a decírselo un muerto resucitado.
En nuestros días hay más epulones y más lázaros de los que pueda parecer. Mucha gente gasta sin duelo, mientras otros muchos están en paro o sacando a su familia con un salario ridículo. Seguramente que cada uno de nosotros puede poner nombre y apellidos a más de uno. Pensemos, por ejemplo, los que tanto gastan en viajes superfluos, en ropas de lujo, en diversiones de todo tipo, en vivir a lo grande, sin acordarse de dar una limosna ni ayudar a los necesitados. ¿Qué hacer para no llevarnos el susto que se llevó Epulón y correr su misma suerte? Poner la riqueza al servicio del bien de los demás. Por ejemplo, creando puestos de trabajo, construyendo casas baratas, haciendo colegios en zonas desfavorecidas, ayudando a los países pobres.
Lázaros hay muchos. Basta que tengamos ojos y sensibilidad.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (16,19-31):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó:
"Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas."
Pero Abrahán le contestó:
"Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros."
El rico insistió:
"Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento."
Abrahán le dice:
"Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen."
El rico contestó:
"No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán."
Abrahán le dijo:
"Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."»