Evangelio del Domingo, 4 de Septiembre de 2016
¿Odiar es cristiano?
La pregunta que da título al comentario del evangelio de hoy no es retórica. Viene exigida por el mismo evangelio. Porque éste comienza con estas inequívocas palabras: “Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a la esposa y a los hijos y a los hermanos y a las hermanas, incluso la propia vida, no puede ser mi discípulo”.
A primera vista, por tanto, parece que para ser cristiano –eso es hacerse discípulo de Cristo- hay que odiar los amores más sagrados de este mundo: el padre, la madre, los hijos, el cónyuge y hasta la propia vida. No hace falta ser un experto en Sagrada Escritura para salir de este aparente absurdo. Basta hacer una argumentación elemental: si Jesús ha dicho y repetido que su ley es el amor a Dios y al prójimo, y que este amor se extiende a los enemigos y si, encima, él ha dado la vida incluso por los que le crucificaron, no es posible que ahora hable de lo opuesto, que eso es el odio respecto al amor.
¿Qué quiere decir, por tanto, cuando habla de “odiar” incluso a lo más querido para hacerse discípulo suyo? Pues algo tan sencillo como esto. Si llega el caso en que es preciso optar entre él y los seres más queridos, incluso nosotros mismos, hay que preferirle a él, hay que optar por él.
Puede ocurrir, y ocurre, por ejemplo, cuando un hijo se ve en la alternativa de ser fiel a una vocación al estado religioso y se encuentra con la oposición de sus padres; o cuando un hijo es obligado por su padre a prostituirse; o cuando una chica con carrera brillante pero atea se encuentra con Dios y decide dar un vuelvo a su vida y se encuentra con la oposición de los suyos; o cuando una esposa es obligada a renunciar a su fe cristiana si no quiere ser despreciada y perseguida. Jesús no se contradice. Él siempre enseñó que los dos mandamientos más importantes son el amor a Dios y el amor al prójimo y que el amor a Dios es el primero y el amor al prójimo es el segundo. Ordinariamente forman una pareja muy bien avenida y sin conflicto. En ciertos casos, quizás tengamos que elegir entre uno de los dos. Si esto sucede, no olvidemos cuál es lo primero.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,25-33):
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." ¿O que rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»