Evangelio del domingo, 24 de marzo de 2024 Domingo de Ramos
En este domingo queremos acompañar a Jesús que, subiendo de Jericó a Jerusalén desde Galilea, vino seguido de una multitud. Varias veces profetizó su muerte en Jerusalén. Pero quiso entrar solemnemente en la ciudad, cosa que siempre había querido evitar.
En la liturgia se recuerda lo que Jesucristo quiso vivir en esta entrada en Jerusalén:
Jesús hace un signo que siempre ha evitado: pide a los discípulos que entren en el pueblito próximo donde encontrarán una burra con su pollino. Que los traigan a Él.
Se monta en el pollino, como signo de humildad, según la profecía de Zacarías: «Mira a tu rey que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino hijo de acémila».
Hay un grupo de personas que vienen acompañándolo y que se entusiasman:
«Echaron encima sus mantos y Jesús montó. La multitud alfombró el camino con sus mantos. Algunos cortaban ramas de árboles y la gente iba adelante y atrás proclamando: «Hosanna» (que propiamente significa sálvanos, pero después se ha convertido en una simple aclamación).
Con esta expresión el pueblo vitorea a Jesús diciendo: «Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna».
La liturgia nos invita a vivir un momento de gozo en este domingo y nos pide guardar los ramos bendecidos para que el próximo año, en miércoles de ceniza, se quemen para empezar, con humildad, otra vez la cuaresma.
Es bueno recordar lo que el Papa Benedicto nos dijo sobre la multitud que en el domingo de ramos aclama al Señor Jesús. Los del Viernes Santo serán otras personas que movidas por los sumos sacerdotes pedirán su crucifixión.
Más que culpar a nadie, el evangelista pretende que nosotros nos sintamos culpables, pero llenos de esperanza en el perdón rechazando toda violencia. Debemos vivir con esa confianza en Dios Padre, con la que Jesús, al morir, sin hacer gestos trágicos ni signos de angustia, entrega su espíritu al Padre de las misericordias.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (15,1-39):
C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Él respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:
S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:
S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho?»
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un malhechor.» Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»
C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, jesús clamó con voz potente:
+ «Eloí, Eloí, lamá sabaktaní.»
C. Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. «Mira, está llamando a Elías.»
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:
S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S. «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»
Palabra del Señor