Evangelio del Domingo, 3 de Enero de 2016
Modos los caminos de salvación propuestos por el hombre, sean filosóficos o religiosos, antiguos o modernos, siempre han colocado a Dios encima de una pirámide ideal, tratando de llegar a la cumbre por medio de grandes esfuerzos especulativos o ascéticos. Nunca lo han logrado y, si lo han logrado, nunca han alcanzado al Dios vivo y santo que nos propone la Biblia sino a un simulacro.
La Encarnación ha dado la vuelta a esa pirámide orgullosa. "El Verbo era Dios y el Verbo se ha hecho carne y acampó entre nosotros", dice el evangelio de este domingo. Al hacerse hombre, Dios se ha colocado en la base y se ha hecho piedra angular. Frente al Dios propuesto por Platón: "Ningún dios puede mezclarse con los hombres", y al de Aristóteles: Dios "mueve el mundo en cuanto es amado", la Navidad cristiana propone una verdadera revolución: no es el hombre quien va ala conquista de Dios sino que es Dios quien viene al encuentro del hombre. "No hemos sido nosotros quienes hemos amado a Dios sino que ha sido Dios quien nos amó primero... Nosotros amamos, porque él nos amó antes".
Pero la pirámide creada por Dios al venir a la tierra, corre siempre en nosotros el riesgo de volver a su posición primera. Basta observar el panorama religioso de nuestro tiempo. Está lleno de propuestas que ponen a Dios al final de largos y tortuosos caminos de búsqueda, ignorando lo que dice el evangelio de hoy: "el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer". Dios no es un ser lejano e inaccesible. Es un Dios tan cercano que se ha hecho un Niño. "Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios", gustaba repetir a los Santos Padres de la Iglesia antigua.Y exclamaban atónitos y desconcertados: "¡Oh admirable intercambio!". Pero este intercambio admirable sólo se hace real para el hombre, cuando el hombre está dispuesto a poner su soberbia y su orgullo a los pies de la cuna de Belén. ¡Que el Señor nos lo conceda en el Año nuevo que acabamos de estrenar!
Lectura del santo evangelio según san Juan (1,1-18):
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.”»
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado ha conocer.