Evangelio del domingo, 9 de octubre de 2022

Hoy se nos dice que a Jesucristo le gusta mucho el agradecimiento. A veces es lo único que podemos dar; pero, si es sincero, basta. Hacia Dios nuestro agradecimiento debe ser continuo, porque continuamente estamos recibiendo dones de su bondad. Quien no da gracias a Dios es porque cree que no le debe nada. Pero a Dios le debemos todo y debemos saber agradecer de corazón. La gratitud no es sólo un acto de cortesía o de buena educación, como cuando un padre le dice a su hijo pequeño, a quien le han dado un regalo, ¿Cómo se dice?, para que diga “gracias”. 

Agradecer es reconocer que lo que tenemos no nos pertenece, sino que se nos ha dado libremente por amor. Cuando uno compra algo, no tiene que agradecer por el intercambio, aunque está bien el agradecer la amabilidad con que se puede hacer ese intercambio. Pero ante Dios estamos ante una donación por su parte, a la que debemos corresponder con agradecimiento que incluye un acto de humildad. Y siempre hay motivos para agradecer el don de la vida y todas las circunstancias de la vida.

Dice el evangelio que 10 leprosos salieron al encuentro de Jesús “desde lejos”. Los leprosos vivían fuera de las poblaciones y, como se creía que era una enfermedad contagiosa, para hablar lo tenían que hacer desde lejos. Entre ellos uno era un samaritano. En la realidad eran enemigos, pero la enfermedad les había unido. Le piden a Jesús la curación y Jesús les manda que vayan a los sacerdotes, que debían certificar la curación. Todavía no estaban curados, pero la fe en Jesús, en su palabra, les dio la sanación y se encontraron sanos por el camino. Nueve de los diez, que eran israelitas, se preocuparon más de cumplir con la ley externa que de agradecerlo a Jesús. Y esto sería porque les preocupaba estar a bien en la sociedad. El evangelio da a entender que lo hicieron por egoísmo. Les pasó como a muchos que en la desgracia se acuerdan de Dios y de todos los santos, pero luego en la ventura o en la alegría se olvidan. Saben orar para pedir, sobre todo en los momentos de angustia, y luego se olvidan dar las gracias en los momentos de prosperidad.

Uno de ellos, que era samaritano, volvió para dar gracias a Jesús. Y Jesús lo hizo notar ante todos cuánto se alegraba por el gesto de este hombre. Y este samaritano, no sólo encontró la sanación, sino que obtuvo la salvación. Había tenido fe, como le dijo Jesús. Y la fe la había manifestado “alabando a Dios a grandes gritos”. Con esto manifestaba que el favor, que había recibido por parte de Jesús, era una señal de cómo actúa Dios misericordiosamente. Dios mira sobre todo al corazón y Jesús vio un corazón más limpio en aquel que para los judíos era oficialmente hereje y despreciado. A veces hay personas que no pertenecen a la Iglesia, pero demuestran un corazón más digno que muchos cristianos y de mayor estima ante Dios.

Estamos reunidos para celebrar la “Eucaristía”, que significa acción de gracias. Nos reunimos como hermanos para orar juntos a Dios nuestro Padre. Pero en la oración no puede faltar la acción de gracias a Dios, de quien hemos recibido todos los bienes. Hay un momento especial de agradecimiento, como es el Prefacio: “Es justo y necesario darte gracias...”, antes de la proclamación del tres veces “Santo”. Y le damos gracias por sus dones, pero especialmente por el don grande de su Espíritu.

La escena de los 10 leprosos nos debe hacer pensar que en el mundo hay muchos marginados por el hambre, analfabetismo, desnutrición, situación social, etc. Y debemos trabajar por la promoción humana, para que haya estructuras más justas. Pero sobre todo para desterrar el pecado (odios, envidias, egoísmos), causa de todos los males de marginación. La curación de los leprosos no era sólo algo personal, sino social. Así es también el perdón de los pecados: integración en la comunidad.

Que sepamos agradecer a Dios alabando su bondad, como lo hizo la Virgen María en el “Magnificat”: “Porque Dios ha hecho tantas maravillas en nosotros”.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,11-19):

Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Palabra del Señor

Parroquia Sagrada Familia