Evangelio del domingo, 8 de mayo de 2022
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Todos los años en este domingo 4º de Pascua nos trae la Iglesia a reflexionar la alegoría del buen Pastor, en el capítulo 10 de san Juan. Este año, al ser el ciclo C, consideramos la última parte. La alegoría se distingue de la parábola en que ésta se trata de una breve historia de la que se saca una conclusión moral o religiosa, mientras que en la alegoría se va aplicando cada cosa material a lo espiritual.
Jesús estaba diciendo a los jefes religiosos del pueblo judío que no cumplían con su oficio porque estaban haciendo aquello sobre lo que ya se quejaba el profeta Ezequiel cuando decía que muchos pastores (jefes religiosos) en Israel no atendían a las ovejas ni las guiaban por el buen camino, sino que se aprovechaban de ellas para su propio beneficio. Jesús comenzó a decir entonces que El era “el buen pastor” que sí conoce a sus ovejas, las guía, las ama hasta estar dispuesto a dar su vida por ellas.
Hay personas a quienes no les gusta esta comparación, porque dicen que no somos ovejas sino personas libres y pensantes. Tienen razón; pero eso es porque toman la figura del pastor como quien domina y no como Jesucristo que se entrega, busca y hasta muere por esas “ovejas”. Tenemos entendimiento y libertad. Lo malo es cuando con esa libertad no queremos ir por el buen camino de Jesucristo. Pero ahí está nuestra responsabilidad de seguir con el rebaño de Jesús o quedarnos por fuera. Eso sería por culpa nuestra, de lo que nos lamentaremos quizá un día o una eternidad.
La parte del evangelio de hoy comienza diciendo que las verdaderas ovejas de Jesús, o los verdaderos discípulos, “le conocen y le siguen”. Conocer en la Biblia tiene un sentido más profundo que entre nosotros. Nosotros lo decimos casi sólo en sentido intelectual. Aunque sabemos que, si se trata de conocer a una persona, casi nunca se acaba de conocerla plenamente. En la Biblia y para Jesucristo el conocer es algo más íntimo por medio del amor o la familiaridad. Por eso, cuando Jesús dice que conoce a sus ovejas es con amor de tal modo que está dispuesto a dar la vida para que tengan la verdadera vida, que durará para siempre. Por eso se le aplica el salmo del pastor: “El Señor es mi Pastor”, que nos guía por los mejores caminos.
Si conocemos bien a Jesucristo, no tendremos más remedio que amarle y seguirle. Seguir a Jesús no es sólo creer en él con el entendimiento (“también los demonios creen”). Se trata de aceptar el camino que nos señala, de aceptar y seguir su manera de pensar, sus criterios de vida. Para seguirle, primero debemos escucharle. La verdad es que para muchos les es muy difícil escuchar la voz de Jesucristo, ya que estamos demasiado envueltos en voces y ruidos del mundo con noticias, acontecimientos y comentarios tan dispares. Dios nos habla de diferentes maneras; pero hay que estar con esta disposición de quererle oír, de hacer un poco de silencio en nuestra vida para no sólo oírle, sino para que su doctrina pueda penetrar en nuestro corazón.
El premio será la vida eterna. Y no lo dice un hombre cualquiera, aunque tenga buena voluntad si su poder es limitado. Jesús termina hoy diciendo que forma una perfecta unidad con el Padre celestial. Los judíos habían comenzado preguntando si era Jesús el Mesías. Lo que les dice ahora es mucho más. Los judíos entendieron de tal manera que se quería hacer Dios, que lo tomaron por una gran blasfemia.
La imagen del rebaño nos quiere decir que en el seguimiento a Jesús no vamos solos: Pertenecemos al pueblo de Dios, que es su Iglesia. Pero se trata sobre todo de una relación personal y afectiva con Jesucristo, nuestro guía y nuestro Dios. Nuestra religión no es sólo cumplir unas normas externas, como hacían los fariseos. Es sobre todo una relación sincera, llena de amor, para que el seguimiento sea sincero y libre.
A pesar de las maldades del mundo, como dice el Apocalipsis en la 2ª lectura, es una muchedumbre inmensa la que sigue a Jesús. Esto nos debe dar un gran optimismo en este día en que debemos pedir por nuestros “pastores” inmediatos.
Lectura del santo evangelio según san Juan (10,27-30):
En aquel tiempo, dijo Jesús:
«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»