Evangelio del domingo, 6 de marzo de 2022
Todos los años en el primer domingo de Cuaresma la Iglesia nos pone a considerar las tentaciones que Jesús tuvo en el desierto, donde se retiró a orar y hacer penitencia para prepararse a su inmediata predicación. El miércoles pasado, por medio del rito de la imposición de la ceniza, comenzábamos estos cuarenta días que deben ser para nosotros preparación también para vivir más santamente los misterios de la pasión de Cristo y sobre todo de su resurrección. Pero son también unos días como símbolo de toda nuestra vida, que es una preparación para vivir con Dios la vida eterna del cielo.
Mientras estamos en esta vida terrena tendremos dificultades y las fuerzas del mal, simbolizadas por el diablo, atentarán contra nuestra libertad para hacernos desviar del camino del bien. También Jesús, como verdadero hombre, estuvo expuesto a estas fuerzas del mal y durante toda su vida fue tentado o inducido para seguir otro camino diverso que el querido por su Padre celestial. Como símbolo o resumen de todas esas tentaciones de su vida se presentan estas tres en el desierto. Se ponen como algo real, pero también expresan otras que conocemos a través del evangelio.
Jesús había recibido el bautismo de Juan y había sido lleno del Espíritu Santo: había sentido esa unción sagrada. Entonces ese Espíritu Santo le indujo a prepararse con una intensa y prolongada oración en el desierto. El “desierto”, en sentido real y figurado, es el lugar del silencio, de la soledad; es el alejarse del ruido para ponerse ante las cuestiones fundamentales de la vida, y para estar más dispuestos a conocer la voluntad de Dios sobre nosotros. Esto es lo que nos pide la Iglesia en este tiempo de Cuaresma: podernos retirar un poco más para hacer oración. A veces en el ajetreo de la vida es un poco difícil; pero debemos hacer el intento. Quizá, al ir a misa, podemos ir unos minutos antes o salir unos minutos después. Podemos cambiar unos minutos de ver televisión por unos minutos más de oración. Si así lo hacemos tendremos fuerzas para vencer la tentación, cuando nos venga, porque nos vendrá, como a Jesús.
El evangelista nos pone tres tentaciones, como símbolo de otras varias. Las tres se podrían simplificar en la gran tentación constante de querer desviar a Jesús de su mesianismo como “Siervo sufriente” a un mesianismo político o materialista, como pensaba la mayoría de los judíos y los mismos apóstoles. Por eso durante aquellos años de predicación muchas veces Jesús tuvo que vencer, aun con gran energía, las diferentes tentaciones: cuando la gente le quería hacer rey, cuando el mismo san Pedro le quería apartar del sufrimiento. Veamos brevemente estas tres tentaciones.
En la 1ª se aprovecha el diablo de la necesidad o debilidad de Jesús y quiere que use el poder de hacer milagros para su propio provecho. Se trata de querer evitar las dificultades utilizando el nombre de Dios. Es la tentación de aquellos que toman la religión sólo en sentido de liberación materialista. Para estos Dios acaba por ser superfluo para la salvación humana, ya que les basta el desarrollo técnico y económico. Es la tentación que tuvo Jesús cuando le querían hacer rey para asegurar la comida.
En la 2ª tentación le ofrece el diablo lo que no tiene. Es la tentación del poder y el dominio. Es una invitación para utilizar medios ilícitos e injustos para obtener el poder.
La 3ª es la tentación de la vanagloria. Es querer obligar a Dios a hacer un milagro para el propio provecho. Es querer disponer de Dios, cuando la verdadera religión es que Dios disponga de nosotros. El diablo será vencido cuando nos arrojemos en las manos de Dios y estemos siempre dispuestos a hacer lo que sea más agradable a Dios, cumplir su voluntad. Ello será nuestra mayor felicidad y lo mejor para “su Reino”.
En las tentaciones de Jesús encontramos un diálogo con el diablo por medio de palabras de la Sagrada Escritura. Esto nos enseña que, según sea la interpretación que se tenga de la Biblia, sus palabras pueden servir para unirse más con Dios o para sentirse hipócritamente haciendo la propia voluntad apartados de Cristo.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,1-13):
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo:
"Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan."
Jesús le contestó:
"Está escrito: No sólo de pan vive el hombre".
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo:
"Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mi, todo será tuyo."
Jesús le contestó:
"Está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto".
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito:
"Encargará a los ángeles que cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras".
Jesús le contestó: Está mandado:
"No tentarás al Señor, tu Dios".
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.