Evangelio del domingo, 24 de octubre de 2021
Jesús iba camino hacia Jerusalén. Ya estaba cerca, a unos 30 kilómetros, en una hondonada junto al mar Muerto. Iba a comenzar la ascensión hacia la ciudad. Es un camino terrenal, pero también es un camino ascensional hacia la entrega total al Padre y era una enseñanza viva para los apóstoles. Hoy Jesús hace un milagro que les impactó mucho, porque recuerdan el lugar, Jericó, y hasta el nombre del ciego que fue curado, Bartimeo. Es una lección viva también para ellos, pues acababan de discutir sobre quién de ellos sería más principal en el Reino. No acababan de ver que el Reino es sobre todo amor, que se realiza por medio del servicio. Estaban ciegos.
Para nosotros tiene muchas enseñanzas este suceso. Llegan a Jericó donde un ciego estaba al borde del camino. En el espíritu hay muchos ciegos. Algunos se la dan de entendidos y hablan mucho de religión; pero si no tienen la vivencia de estar con Jesús y seguirle en su vida, en realidad son ciegos. Todos estamos al menos un poco ciegos. Pero Bartimeo había tenido la suerte de haber oído hablar de Jesús. Alguno le habría contado cosas grandiosas sobre Él, y cuando oye que es Jesús el que pasa, se pone a gritar. Le llama “hijo de David”, que es lo mismo que Mesías, y continúa gritando. Hay muchos ciegos en la vida. Lo peor es que no saben cómo salir de esa ceguera, porque no les han hablado de Jesús y de su amor redentor.
Tenemos que aprender a gritar a Dios. Es un signo de fe. Si no nos atrevemos a hacerlo de una manera externa, al menos lo hagamos desde lo íntimo de nuestro corazón. Habrá momentos de angustia, pero sobre todo momentos en que sabemos que necesitamos una gracia especial de Dios para levantarnos del pecado. Gritemos. Dios está atento al pobre y al necesitado que le grita, como se dice en los salmos.
No es fácil, porque encontraremos dificultades, Aquel ciego oyó que varios de la gente, egoístas ellos, le pedían que se callase, que les dejase en paz; pero el ciego gritaba más. Cuando queremos gritar a Dios, sentiremos las tendencias mundanas que nos quieren llevar a falsas alegrías y a la falsa paz. Pero gritemos, porque Jesús nos escucha y nos llamará, como llamó al ciego. Las personas, que antes le invitaban a callarse, ahora le dicen: “acércate, que te llama”. Él salta y suelta el manto. No es fácil acudir a la llamada del Señor, cuando estamos atados a las cosas mundanas. Hay que saltar y dejar muchas cosas. El manto que tenía para abrigarse de noche y recoger las limosnas, ahora ve que le sobra, porque quiere acudir de prisa.
Jesús sabe apreciar esa fe. Queda claro que lo que quiere aquel ciego es el poder ver, y Jesús le da la visión total: la visión del cuerpo y la visión del alma. Por eso le dice: “Anda, tu fe te ha salvado”. Este “estar salvado” es la consecuencia de una gran fe, que aquel ya vidente actualiza con la primera mirada en Jesús, que es nuestra salvación. Desde ese momento, de algún modo es ya discípulo de Jesús. Por eso se pone en camino y “le sigue”. Aquí el seguir a Jesús es mucho más que un simple caminar entre el polvo de la tierra. Es un signo de lo que nosotros debemos hacer un poco más desde este día. Si hemos gritado a Jesús, no nos contentemos con un sentir una cierta paz, sino que aprendamos más y mejor su doctrina y le sigamos.
Hay gente que cree ver y en su corazón no ve, y hay gente deficiente en lo exterior, pero que sus sentidos interiores están pujantes. Dicen que S. Francisco de Asís compuso su cántico al sol cuando ya estaba ciego. Y san Juan de la Cruz cantó hermosamente a los montes y bosques y a las flores cuando llevaba meses en la prisión. También Beethoven componía grandiosas obras musicales, cuando estaba ya sordo. El próximo 1 de Noviembre celebraremos a todos los santos que nos esperan en el cielo al final de este camino, que en el día de los difuntos debemos ver como un encuentro gozoso con el Señor. Poder ver estas grandiosas realidades de nuestra vida con amor, es lo que debemos pedir hoy intensamente al Espíritu Santo.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,46-52):
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.