¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?

Hoy, contemplamos al padre y dueño de la viña pidiendo a sus dos hijos: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña» (Mt 21,29). Uno dice “sí”, y no va. El otro dice “no”, y va. Ninguno de los dos mantiene la palabra dada.

Seguramente, el que dice “sí” y se queda en casa no pretende engañar a su padre. Será simplemente pereza, no sólo “pereza de hacer”, sino también de reflexionar. Su lema: “A mí, ¿qué me importa lo que dije ayer?”.

Al del “no”, sí que le importa lo que dijo ayer. Le remuerde aquel desaire con su padre. Del dolor arranca la valentía de rectificar. Corrige la palabra falsa con el hecho certero. “Errare, humanum est?”. Sí, pero más humano aún —y más concorde con la verdad interior grabada en nosotros— es rectificar. Aunque cuesta, porque significa humillarse, aplastar la soberbia y la vanidad. Alguna vez habremos vivido momentos así: corregir una decisión precipitada, un juicio temerario, una valoración injusta... Luego, un suspiro de alivio: —Gracias, Señor!

«En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios» (Mt 21,31). San Juan Crisóstomo resalta la maestría psicológica del Señor ante esos “sumos sacerdotes”: «No les echa en cara directamente: ‘¿Por qué no habéis creído a Juan?’, sino que antes bien les confronta —lo que resulta mucho más punzante— con los publicanos y prostitutas. Así les reprocha con la fuerza patente de los hechos la malicia de un comportamiento marcado por respetos humanos y vanagloria».

Metidos ya en la escena, quizá echemos de menos la presencia de un tercer hijo, dado a las medias tintas, en cuyo talante nos sería más fácil reconocernos y pedir perdón, avergonzados. Nos lo inventamos —con permiso del Señor— y le oímos contestar al padre, con voz apagada: ‘Puede que sí, puede que no…’. Y hay quien dice haber oído el final: ‘Lo más probable es que a lo mejor quién sabe…’.

Evangelio del domingo, 1 de octubre de 2023

Eran los últimos días de la vida de Jesús. Él seguía predicando y quería dejar claro que la gracia de Dios es para todos, que Dios había escogido un pueblo, el de Israel, para extender el Reino de Dios por el mundo; pero no había sabido cumplir este gran programa de Dios y llegaba el tiempo de una nueva alianza, donde otros, tenidos por paganos y pecadores, serían los portadores de esta antorcha de luz por el mundo. Todo esto les molestaba a los escribas y fariseos y más a los jefes religiosos, acostumbrados a vivir muy bien, amparados en sus puestos dentro de esa religión.

Hoy Jesús les dice la parábola de aquel padre que manda a sus dos hijos a trabajar. Uno dice que no, pero va; el otro dice que sí, pero no va. Lo primero que quiero hacer resaltar es el hecho de que Jesús utiliza varias veces la figura de Dios como padre en sus parábolas. Los judíos en sus enseñanzas utilizaban más la figura del rey para simbolizar a Dios: un rey con aspecto de soberano legislador y hasta vengador. Por eso los judíos se sentían ante Dios como súbditos, siervos, vasallos, pero no como hijos. Jesús nos enseña sobre todo que Dios es nuestro Padre, y que podemos sentirnos como hijos por la gracia del Espíritu. Para Jesús Dios es un padre que utiliza todos sus bienes y su poder para ayudar a sus hijos. Pero nos pide colaboración en los trabajos apostólicos, que hoy aparecen como la viña del Señor. El primero de los hijos hace un gesto como de mal educado diciendo que no quiere; pero es un gesto de libertad en el amor. Luego viene la reflexión y tiene un gesto de confianza en la bondad de su padre, que  sabe que le va a perdonar. Por eso se arrepiente.

El segundo hijo dice sí. Es muy posible que fuese por temor al castigo. Cierto que es por querer quedar bien, por conservar las maneras; pero no es por convencimiento propio, porque de hecho no va. En realidad no actúa por amor a su padre, sino que hace su propia voluntad. Jesús, al explicar el sentido de la parábola, les viene a decir a la clase dirigente del pueblo que están reflejados en este segundo hijo. Y lo que más les molesta a estos dirigentes no es sólo que les compare con los pecadores, sino que muchos de éstos son superiores en el Reino de Dios. Jesús recuerda que los judíos tenían por pecadores a los “publicanos y prostitutas”. Eran dos clases de gentes que solían repetir siempre cuando hablaban de alguien que había caído muy bajo en lo social o religioso. Jesús no está alabando estos oficios como si fuesen mejor que los fariseos. Alaba el hecho de que varios de estos “pecadores” se habían arrepentido al escuchar a Juan Bautista, cosa que no habían hecho esos dirigentes.

Hoy también esta parábola tiene aplicación en nuestra vida. Porque no es más cristiano el que más dice o hace actos religiosos, sino el que actúa de verdad como cristiano: ama y confía en Dios como Padre, cumpliendo su voluntad y viviendo en fraternidad con todos. Se nos habla de obedecer a Dios. Hoy para muchos suena mal esto de obedecer, y sin embargo obedecer a Dios es nuestra felicidad y nuestra certeza de salvación. Obedecer en cristiano es amar. Dice Jesús: “Si me amáis guardaréis mis mandamientos”. Pero es que debemos estar seguros de que los mandamientos de Dios proceden de su amor. También los mandamientos de la Iglesia. Al obedecer no se suprime la libertad, sino que entregamos libremente nuestra voluntad. Hacer la voluntad del Padre es lo que siempre tenía presente Jesús en su vida. Es lo que nos enseñó también a pedir cuando rezamos el padrenuestro.

Lo más perfecto sería decir siempre sí al Señor y decirlo con prontitud y alegría, de modo que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros. Así lo hizo Jesús, y así lo hizo la Virgen María. En nuestra vida hemos dicho muchas veces que no: a veces ha sido por ignorancia, otras por protesta. No seamos como los fariseos que se instalan en un vivir fácil de la religión, sino que trabajemos en la confianza de Dios para que nuestros hechos de vida sean los que testimonien que Dios es nuestro Padre.

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La Creación como don maravilloso de Dios

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

mario iceta

 

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

Hace un mes comenzábamos la celebración de la Jornada de Oración por el Cuidado de la Creación. La Iglesia en España se unía al mensaje del Papa Francisco para celebrar el Tiempo de la Creación que concluye esta semana, el día 4 de octubre, con la festividad de san Francisco de Asís.

Con el lema Que la justicia y la paz fluyan, el departamento de Ecología Integral de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social anima a vivir este tiempo con el convencimiento de que nuestras acciones «son oportunidades de construir modos de existencia respetuosos con la preciosa obra de Dios que nos rodea y con los hermanos que comparten con nosotros la casa común».

Para ello, es necesario aprender a vivir en comunión con los demás y con todas y cada una de sus necesidades, siendo plenamente conscientes de que «la Tierra es suficiente para todos», como señalan los obispos.

En este sentido, hemos de optar –al hilo de las palabras que el Santo Padre escribe para esta ocasión– por «una renovación de nuestra relación con la Creación», de modo que «no la consideremos como un objeto del que aprovecharnos», sino que «la custodiemos como un don sagrado del Creador».

Esta conversión ecológica (así lo llamaba el Papa san Juan Pablo II) ha de empezar por nosotros mismos. Solo así podremos edificar, gesto a gesto, un camino de plenitud para quienes vayan a continuar la senda que hoy sellan nuestros pasos. Solo desde ese vínculo indisoluble entre el cuidado y la justicia alcanzaremos el deseo de que todos tengan vida, y una vida en abundancia (cf. Jn 10, 10).

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¿(...) vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

Hoy el evangelista continúa haciendo la descripción del Reino de Dios según la enseñanza de Jesús, tal como va siendo proclamado durante estos domingos de verano en nuestras asambleas eucarísticas.

En el fondo del relato de hoy, la viña, imagen profética del pueblo de Israel en el Primer Testamento, y ahora del nuevo pueblo de Dios que nace del costado abierto del Señor en la cruz. La cuestión: la pertenencia a este pueblo, que viene dada por una llamada personal hecha a cada uno: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15,16), y por la voluntad del Padre del cielo, de hacer extensiva esta llamada a todos los hombres, movido por su voluntad generosa de salvación.

Resalta, en esta parábola, la protesta de los trabajadores de primera hora. Son la imagen paralela del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo. Los que viven su trabajo por el Reino de Dios (el trabajo en la viña) como una carga pesada («hemos aguantado el peso del día y el bochorno»: Mt 20,12) y no como un privilegio que Dios les dispensa; no trabajan desde el gozo filial, sino con el malhumor de los siervos.

Para ellos la fe es algo que ata y esclaviza y, calladamente, tienen envidia de quienes “viven la vida”, ya que conciben la conciencia cristiana como un freno, y no como unas alas que dan vuelo divino a la vida humana. Piensan que es mejor permanecer desocupados espiritualmente, antes que vivir a la luz de la palabra de Dios. Sienten que la salvación les es debida y son celosos de ella. Contrasta notablemente su espíritu mezquino con la generosidad del Padre, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4), y por eso llama a su viña, «Él que es bueno con todos, y ama con ternura todo lo que ha creado»

Evangelio del domingo, 24 de septiembre de 2023

Eran las semanas últimas de la vida de Jesús, cuando en sus enseñanzas muestra más claramente que su mensaje es para todos y que, precisamente por culpa de los jefes religiosos del pueblo de Israel, éstos, que habían sido elegidos por Dios, serían puestos al mismo nivel o estarían por detrás de otros muchos venidos a la fe después.

Esto es algo de lo que Jesús nos enseña en esta parábola. Para muchos sorprende el final. Esto suele pasar en varias parábolas. A veces habla Jesús de forma sorpresiva para que se capte mejor el mensaje que quiere darnos. Por de pronto Jesús no está hablando de relaciones económicas o laborales. Cuando alguien se sorprende o se escandaliza es porque no ha comprendido el sentido del Reino de Dios. Nosotros tenemos un concepto de justicia que no es lo mismo que la justicia de Dios. Hoy en la primera lectura el profeta Isaías, hablando de parte de Dios, nos dice: “mis pensamientos no son vuestros pensamientos, mis caminos no son vuestros caminos”. Él mismo nos dice que los caminos de Dios son más altos, como los planes de Dios son más altos. Claro que debemos trabajar para tener justicia; pero no debemos quedarnos ahí, sino que por encima está la caridad, y la fraternidad, la generosidad, la gratuidad, el compartir. Hay quienes sólo hacen tratos con la fórmula: “te doy para que me des”. Y normalmente somos muy mezquinos, porque somos egoístas.

Hoy nos enseña Jesús que Dios llama a todos. A veces se le escucha de pequeño, a veces en la juventud o de mayor o en la vejez. Lo importante es decirle que sí mientras haya tiempo, “mientras es de día”. Para el que responde a su llamada Dios es generoso, sin que lo merezcamos, porque la salvación es un don de Dios. Si Dios nos da lo suficiente e infinitamente más ¿Por qué vamos a juzgar su acción con los demás?

Esta parábola en primer lugar estaba dirigida a los jefes judíos que no veían bien el hecho de que Jesús tratase con igual o más benevolencia a los publicanos y pecadores. Quizá cuando esto escribía san Mateo tenía muy en cuenta algunas disputas que había entre los judeocristianos y los paganos recién convertidos. A algunos judíos convertidos no les parecía bien que se tratase igual a los paganos recién convertidos. Sobre esto tuvo que hablar y escribir bastante san Pablo. Es la envidia y mezquindad que Jesús había lamentado: la del hermano mayor del “hijo pródigo”, la de Judas ante el “despilfarro” de María, la hermana de Lázaro, o el fariseo Simón cuando ve a Jesús perdonar a la pecadora, o como Jonás que se lamenta cuando Dios perdona a la ciudad de Nínive. La justicia de Dios no es como la humana sin amor. Él no hace cálculos, sino que ama, como quiere que hagamos nosotros.

Nosotros calculamos demasiado, como aquel sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano; pero éste no calculó y fue alabado por Jesús. Hoy los últimos de la parábola tampoco calculan, sino que se fían del dueño, y esta confianza les valió una buena recompensa. Igual que los que habían trabajado mucho sin tanta confianza. Por eso en el trabajo que hacemos por el Reino de Dios no se trata de calcular cuánto premio tendremos, sino de trabajar con amor y confiar en Dios, que es mucho más espléndido de lo que pensamos. No se trata de recibir un sueldo, como los que sólo saben pedir por su salvación, aunque no es que sea malo, sino que lo importante es que el “Reino de Dios venga sobre nosotros” y las demás intenciones que Jesús nos enseñó en el Padrenuestro. Después el premio vendrá por añadidura.

Ante esta parábola nuestra actitud cristiana debe ser de agradecimiento, alabando al Señor por su bondad y magnanimidad. A todos nos da una esperanza de eternidad feliz, aunque no hay que estar obsesionados con el final. Lo importante es trabajar en el oficio que tengamos, sabiendo que el trabajo es una colaboración con Dios para llevar al mundo adelante hasta la mayor plenitud posible; pero sabiendo que esa plenitud será verdad si el mensaje de amor y de paz nos llena el corazón.

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Parroquia Sagrada Familia