Fidel Herráez Vegas (Arzobispo de Burgos)
Hoy celebramos el Domingo de la Divina Misericordia. Fue el Papa san Juan Pablo II quien fijó oficialmente la celebración de esta fiesta en toda la Iglesia el segundo domingo de Pascua, llamado “domingo blanco”. Situó la misericordia en el centro de su vida y de su pontificado, hasta el punto de que se le denomina “el Papa de la misericordia”. A nivel personal vivió hondamente esta espiritualidad. Muchos cristianos vieron un hecho providencial que fuera llamado a la casa del Padre en el atardecer de la víspera de este domingo.
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¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
La Resurrección de Jesús es una alegría auténtica, profunda, basada en la certeza que Cristo resucitado ya no muere más, sino que está vivo y operante en la Iglesia y en el mundo. Tal certeza habita en el corazón de los creyentes desde esa mañana de Pascua, cuando las mujeres fueron al sepulcro de Jesús y los ángeles les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? (Lc 24, 5).
Cuántas veces, en nuestro camino cotidiano, necesitamos que nos digan: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?. Cuántas veces buscamos la vida entre las cosas muertas, entre las cosas que no pueden dar vida, entre las cosas que hoy están y mañana ya no estarán, las cosas que pasan...
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El Sábado santo es un día de luto inmenso, de silencio y de espera vigilante de la Resurrección. La Iglesia recuerda el dolor, la valentía y la esperanza de la Virgen María.
Todo ha terminado. Jesús está muerto y enterrado. Apostó su vida a que era posible vivir en este mundo con un único sentimiento, un único objetivo, el amor a todos, por ser todos del mismo Padre, y la perdió, del todo.
Está sepultado. Su tumba está lejos de aquí y no tiene sentido ir a visitarla. Fue bonito mientras duró.
Cuántas veces nos invade la desesperanza. Es duro sentir el silencio de Dios, la ausencia de Dios que se puede traducir en soledad, desesperación, pesimismo, falta de sentido en nuestras vidas, confusión, superficialidad, y muy a menudo en ruido, un ruido tan fuerte que nos impide intuir su presencia.
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«... Jesús, clamando con voz potente, dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y, dicho esto, expiró.»
Hoy empezamos propiamente la Celebración de la Pascua. Pascua significa «paso», el tránsito de Jesús de la muerte a la nueva vida. Hoy es el primer acto de este paso.
Muerte y resurrección se celebran con una gran unidad: la memoria de la muerte, hoy está llena de esperanza y de victoria, mientras que la Vigilia Pascual de mañana no sólo recordará la Resurrección, sino todo el dinamismo del paso de la muerte a vida.
La muerte de Jesús es una expresión del amor de Dios; gracias a ella es posible el perdón del Señor: «El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados» (1 Juan 4.10). Es el perdón de Dios y la reconciliación con él lo que está en el centro de la celebración del Viernes Santo. Podemos, entonces, entablar una nueva relación con Dios; estar en paz con él, coexistir en relaciones armoniosas con los demás —que cuánta falta nos hace en este momento de guerras infames—, y vivir una existencia reconciliada con nosotros mismos y con la creación.
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