La Asunción de la Virgen María en nuestra catedral de Burgos

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«¿Por qué este gozo íntimo que advertimos hoy, con el corazón que parece querer saltar del pecho, con el alma inundada de paz? Porque celebramos la glorificación de nuestra Madre y es natural que sus hijos sintamos un especial júbilo, al ver cómo la honra la Trinidad Beatísima». Estas palabras, pronunciadas por san Josemaría Escrivá en 1961, recuerdan que hay una alegría que lo baña todo porque estamos a las puertas de una fecha muy especial: el 15 de agosto, en la que la Iglesia celebra la solemnidad litúrgica de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos.

Un misterio venerado y profesado por el pueblo fiel durante siglos, proclamado como dogma en 1950 por el Papa Pío XII. Una fiesta que perpetúa la liberación de la Virgen María, la Madre del Redentor, de la corrupción del sepulcro para ser elevada a los cielos, donde intercede por nosotros con amor materno.

Y todas y cada una de las personas que peregrinamos en esta Iglesia burgalesa sellamos a fuego esta fecha en nuestro calendario, pues nuestra catedral de Burgos está dedicada a la Asunción de María: que representa el consuelo para el pueblo y la esperanza de una vida que llega hasta el cielo y allí alcanza su plenitud.

El Papa Benedicto XVI, al hablar de este dogma y del privilegio de la glorificación de María por ser la Madre de Dios, afirmó en 2011 que «María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios». Su amor nos precede hasta que lleguemos a su abrazo eterno, a la meta definitiva, a ese sueño que anhelamos cumplir y que se hará realidad en el corazón del cielo».

María, unida al cuerpo transfigurado y glorioso de Jesús, es la Madre de la humanidad entera y, por tanto, no se separa de nosotros, sino que continúa acompañándonos, cuidándonos y sosteniéndonos de la mano del Padre. Es, por ello, un motivo de alegría, de ventura y de esperanza.

Esta solemnidad nos recuerda –a la luz del Magnificat (Lc 1, 39-56)– un detalle significativo y muy especial: que nuestra carne también será asumida en la gloria celestial. Así, la Asunción de María es anticipación de nuestra propia resurrección. Y su amor gratuito de Madre, extendido de generación en generación, es el espejo donde hemos de mirarnos para alcanzar la tan esperada salvación.

El Papa Francisco, al ser preguntado por esta solemnidad que vamos a celebrar, recordaba el secreto de la Madre del Señor: «Hoy, mirando a María Asunta, podemos decir que la humildad es el camino que conduce al cielo». El secreto del recorrido, confesaba, «está contenido en la palabra humildad». En este sentido, «la pequeñez y el servicio son los secretos para alcanzar la meta».

Dios levanta a quien se abaja, a quien se pone en el último lugar para servir. Si María, modelo de correspondencia a la gracia que llegó a alcanzar el cielo siendo inmaculada, no se atribuye más título que el de sierva y esclava, ¿cómo no vamos a tener presente el mandamiento del amor?

«Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Lc 14, 1. 7-11). Como hizo María, la causa de nuestra alegría. Ella nos invita a seguir las huellas de su Hijo, quien no vino a ser servido, sino a servir (cf. Mt 20, 17-28). Sin esperar recompensa, solamente por su deseo de amarnos hasta el extremo.

Que la belleza de su corazón de Madre, donde el Verbo se hizo carne para habitar eternamente entre nosotros, sea el reflejo donde podamos mirarnos cada día. En este día de acción de gracias quisiera también enviar un saludo fraterno a la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) que hoy, en Segovia, clausura su XIV Asamblea General, con asistencia de varios miembros procedentes de Burgos.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

En el corazón del Camino de Santiago

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Esta semana hemos celebrado la solemnidad de Santiago apóstol, hermano de Juan Evangelista, hijo de Zebedeo y discípulo predilecto del Señor. Desde que se dejó mirar por Él a orillas del mar de Galilea, formó parte del círculo más íntimo y cercano del Maestro. Tras la crucifixión, el apóstol no dejó de predicar la fe y de dar testimonio del Señor hasta el confín de la tierra.

Deseo aprovechar esta efeméride tan significativa por ser el Patrono de España, para recordar que Burgos –ciudad hospitalaria por excelencia del Camino de Santiago– se encuentra en el centro de ese precioso viaje al corazón del apóstol.

Solo hace falta rebuscar en la memoria para recordar los 32 hospitales de peregrinos documentados por la historiografía moderna que dan fe de este revelador hecho.

Según narran los historiadores, a partir de mediados del siglo XV, los chapiteles que adornan y culminan las torres de la catedral de Burgos se convirtieron en un faro que los peregrinos tomaban como punto de referencia cuando se encontraban a kilómetros de distancia. El Camino de Santiago, la calle mayor de Europa, es un lugar de encuentro y acogida para infinidad de culturas y pueblos. No solo en nuestra ciudad, sino en todos los senderos que conducen a Compostela.

¡Qué importante es caminar hacia un rumbo afianzado y hacerse camino para que otros puedan pasar! Caminar, para el cristiano, supone fiarse de las huellas que marcan la senda que ya ha recorrido Jesús, no quedarse pensando en la dificultad del trayecto o en las adversidades que podamos hallar a nuestro paso, sino confiar en que la Providencia llueve esperanzas allí donde más árida permanece la tierra. Cuando el camino y la meta es Cristo, cualquier contratiempo o dificultad se convierten en gracia para experimentar, aún con más fuerza, el abrazo inagotable del Amor.

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Abuelos y mayores: un signo de esperanza para la Iglesia

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, cuando celebramos la III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, recordamos que para acoger mejor «el estilo de actuar de Dios», hemos de tener presente que «el tiempo tiene que ser vivido en su plenitud», porque «las realidades más grandes y los sueños más hermosos no se realizan en un momento, sino a través de un crecimiento y una maduración; en camino, en diálogo, en relación».

De esta manera lo expresa el Papa Francisco en su mensaje para esta Jornada que, en esta ocasión, celebramos con el lema Su misericordia se extiende de generación en generación (Lc 1, 50). Mediante el Magníficat, María –una vez que se ha dejado invadir por el fuego del Espíritu Santo– proclama que la misericordia del Señor inunda, de principio a fin, la tierra. Y lo hace de generación en generación: entre abuelos y nietos, entre jóvenes y ancianos. «Dios desea que, como hizo María con Isabel, los jóvenes alegren el corazón de los ancianos, y que adquieran sabiduría de sus vivencias», expresa el Santo Padre. Pero, sobre todo, el Señor desea que «no dejemos solos a los ancianos» y que «no los releguemos a los márgenes de la vida», como por desgracia sucede frecuentemente.

Esta fiesta, celebrada en torno a la solemnidad de los santos Joaquín y Ana, abuelos de Jesús, que tiene lugar el 26 de julio, pone de manifiesto el cuidado y la atención a las personas mayores, pues la riqueza que aportan –tanto a la propia familia como a la sociedad– rebasa cualquier fortuna, reconocimiento o condición.

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El corazón carmelita de Burgos

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

«Si en medio de las adversidades persevera el corazón con serenidad, con gozo y con paz, esto es amor», decía santa Teresa de Jesús, reformadora de la Orden de Carmelitas Descalzas y doctora de la Iglesia universal. Hoy, en la festividad de Nuestra Señora del Carmen, recordamos la vida, el compromiso y la perseverante misión de la orden carmelita en nuestra ciudad de Burgos.

Volvemos la mirada a aquel 26 de enero de 1582, cuando Teresa de Jesús llegaba a Burgos después de un viaje agotador, colmado de adversidades de todo tipo. Los padres de la compañía de Jesús le advirtieron de que Burgos era una ciudad complicada para fundar, pero ella confiaba en el Señor por encima de todo y sabía que nada es imposible para quien cree. Por ello, el 2 de enero de 1582 se despide de Ávila, consciente de que no volverá ya a su tierra. El frío, las dificultades y la enfermedad que padecía le hicieron el camino infinitamente penoso. Pero ella no cejó en su empeño por llegar a nuestra ciudad. Recorrió los conventos de Medina del Campo, de Valladolid y de Palencia. Por encima de todo y de todos.

Su sacrificio encontró su recompensa cuando puso sus pies por vez primera en la ciudad en la que deseaba fundar con todas sus fuerzas y, tras saludar al Cristo de Burgos, se instaló donde su corazón más anhelaba. Después de muchos avatares, en 1582 la mística y escritora española erigió la fundación del convento carmelita de San José y Santa Ana, un cenobio de monjas descalzas situado en lo que hoy conocemos como Plaza de Santa Teresa, al final del Paseo Sierra de Atapuerca.

Moriría días después, en Alba de Tormes, mientras regresaba de Burgos a Ávila. Pero lo hacía en paz, pues ya había conseguido lo que tanto deseaba: «Darse del todo al Todo, sin hacernos partes». Así nació la última fundación de Teresa de Ávila, comprobando en sí misma que, a veces, «la vida es una mala noche en una mala posada», tal y como afirmó con el testimonio perseverante de su vida.

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Campamento Europa: un viaje al corazón de Dios

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

Hay horizontes de vida en abundancia donde solo cabe quedarse, abandonar la rutina y escuchar con atención… «Jóvenes, ¡no perdáis nunca la valentía de soñar y de vivir en grande! Os necesitamos, necesitamos vuestra creatividad, vuestros sueños y vuestra valentía, vuestra simpatía y vuestras sonrisas, vuestra alegría contagiosa y también esa audacia que sabéis llevar a cada situación, y que ayuda a salir del sopor de la rutina y de los esquemas repetitivos en los que a veces encasillamos la vida».

Detrás de estas palabras que el Papa Francisco dirigió en Roma a jóvenes pertenecientes a la Escuela del Sagrado Corazón de las Hermanas Misioneras Combonianas, nace la hoja de ruta de cualquier joven que esté dispuesto a poner por entero su corazón en la alegría del Evangelio.

Y retomo este encargo del Papa para recordar el Campamento Europa que celebramos esta semana en nuestra archidiócesis, a través de la delegación de Pastoral para las Vocaciones. Este encuentro, que girará en torno al Sagrado Corazón de Jesús y al Santo Cura de Ars, aunará a jóvenes que se plantean la vocación sacerdotal.

Visitaremos Ars, un pequeño pueblo del sudeste de Francia donde san Juan María Vianney, el patrono de los párrocos, dedicó toda su vida al cuidado de los fieles y donde, entre tantas obras buenas, fundó el Instituto Providencia para acoger a los huérfanos y visitar a los enfermos y a las familias más pobres. También recorreremos Paray-Lemonial, un pueblo francés asentado en Borgoña, que es origen de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús por las apariciones de Jesús a la religiosa santa Margarita María de Alacoque en el convento de la Visitación. En aquel lugar santo, Jesús reveló in aeternum el infinito amor de su Corazón.

Recuerdo, con cariño y una enorme gratitud, las palabras que Cristo le dirigió a esta admirable santa en 27 de diciembre de 1673 y que me acompañaron durante mis primeros años de Seminario: «Mi Corazón divino está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que, al no poder contener en sí las llamas de su ardiente caridad, desea transmitirlas con todos los medios».

El campamento es solo el puente, mientras que el destino es el corazón de Dios. ¿Acaso no es razón suprema su infinito y único amor por cada uno de nosotros para derramarlo, sin reservas, por todos los lugares donde se necesite su presencia, haciéndonos nosotros mismos prójimos de todos (cf. Lc 10, 29-37)?

El mundo anhela una presencia joven y amable que supere la indiferencia, que salga de sí misma y se empape hasta el fondo de los dolores y sufrimientos del hermano, que rompa la barrera del individualismo, que acompañe la soledad no deseada y que se haga cargo de cualquier necesidad que le haga sufrir a quien tiene al lado. Una presencia amiga que sea, por encima de todo, cuidadosa y enteramente servicial, como hace el Señor con cada uno de nosotros.

Estos días en comunidad dan sentido a nuestra vida como cristianos y apóstoles de Jesús, quien salía a los caminos para encontrarse con las personas, para mirarlas a los ojos, para escucharlas, para quedarse a su lado, para sentir sus angustias, para tocar sus heridas y para hacerse cargo. Solo así, si vivimos para imitar cada uno de sus gestos y acciones, tendrá sentido el hecho de que queramos ser sacerdotes suyos. Así nos lo recuerda san Juan: «¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe también amar a su hermano» (1 Jn 4, 20-21).

Dicen que cada mañana una enorme muchedumbre de todas partes de Francia se confesaba con el Santo Cura de Ars. Tanto era así que Ars fue rebautizado como «el gran hospital de las almas». ¿Y sabéis hasta dónde llegaba la bondad de este sacerdote santo? Dicen que él mismo hacía vigilias y ayunos dilatados durante días para ayudar a expiar los pecados de los fieles… «Te diré cuál es mi receta», reveló a un feligrés: «Doy a los fieles que se confiesan solo una pequeña penitencia y el resto de la penitencia la suplo yo en su lugar».

Ponemos esta peregrinación en manos de la Virgen María y le pedimos por cada uno de los jóvenes que participan en este encuentro, para que la semilla del Verbo cale en sus almas y encuentren el camino que Dios les tiene preparado desde la eternidad. A vosotros os ruego encarecidamente que recéis por ellos.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.

Parroquia Sagrada Familia