Comienza la fase diocesana del Sínodo

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, a la escucha del Espíritu –que sopla donde quiere (Jn 3, 8)– comenzamos la apertura de la fase diocesana del Sínodo de los obispos que el Papa Francisco ha propuesto para los próximos tres años. Lo haremos con la celebración de la Eucaristía en la catedral. Este acontecimiento se inserta en la Asamblea diocesana que con gozo estamos celebrando en la archidiócesis.

El lema del sínodo es: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. A la luz de este tema, la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, con el consenso de su Consejo Ordinario, ha propuesto una modalidad novedosapara el camino hacia la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo, prevista inicialmente para octubre de 2023. Un nuevo itinerario sinodal que comenzamos este domingo, 17 de octubre, y que se articulará en tres fases. Comenzamos hoy con la fase diocesana a la que seguirá otra continental, que darán vida a dos Instrumentum laboris, antes de dar vida a la fase definitiva.

En palabras de la nota emitida por la Secretaría del Sínodo, «esta articulación hará posible la escucha real del Pueblo de Dios y se garantizará la participación de todos en el proceso sinodal». Una misión centrada en el objetivo común de la escucha, «porque solo así podemos comprender cómo y dónde el Espíritu quiere conducir a la Iglesia», tal y como reconoce Mario Grech, el cardenal secretario del Sínodo de los Obispos. La totalidad de los fieles, verdaderamente, «no puede equivocarse al creer, en virtud de la luz que proviene del Espíritu Santo, donado en el Bautismo».

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Contemplar el rostro de Cristo con el corazón de María

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

El mes de octubre es el mes del rosario. Así mismo, esta semana hemos celebrado la festividad de la Virgen del Rosario, advocación que revive y conmemora la importancia de dirigirnos a Nuestra Madre a través del rezo del santo rosario. Fue precisamente Ella, la Madre de Dios, quien nos pidió rezarlo y hacerlo vida desde la intimidad de nuestros corazones de barro para que, a través de esta plegaria, podamos obtener abundantes gracias.

Y lo hizo por medio de santo Domingo de Guzmán, a quien la Santísima Virgen se le apareció en el año 1208. Este sacerdote burgalés había abandonado todas sus posesiones y se había marchado al sur de Francia para acercar el Evangelio a los que se habían apartado de la Iglesia por la herejía albigense. Como solo saben hacer las madres, la Virgen puso el rosario sobre las manos de Domingo y, en una caricia almada de silencio y plenitud, le enseñó cómo rezarlo. Después, le encomendó la preciosa tarea de propagar esta devoción hasta los confines del mundo.

La misión de santo Domingo, consumada en una época en la que Europa estaba sumida en una densa oscuridad, no se hizo esperar. Con el rosario aprehendido a su alma, predicó la Palabra de Dios en cada uno de los rincones que sus pies hallaban. Sin descanso, sin fronteras, sin miedo a perder la vida por la misión de Dios y de su Madre. Y lo hizo tanto y de tal manera que convirtió el rezo del santo rosario en una oración muy querida en la Iglesia.

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El Jubileo de los trabajadores

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

En una sociedad «realmente desarrollada», el trabajo «es una dimensión irrenunciable de la vida social». Con estas palabras, escritas por el Papa Francisco en Fratelli tutti (162), celebramos el Jubileo de los trabajadores.

Este encuentro, que nace en el marco de las actividades que se vienen celebrando en nuestra archidiócesis de Burgos con motivo del Año Jubilar, nos impulsa a comprometernos –con la Doctrina Social de la Iglesia en la piel del corazón– en que el trabajo sea verdaderamente humano y para que la humanidad encuentre en el trabajo una participación en la actividad creadora de Dios.

Ciertamente, hay lugares que requieren un cuidado particular (Laudato si´, 37). La Pastoral obrera es uno de ellos, pues nace de la belleza del compromiso humano que se forjó en el taller de Nazaret. Allí san José trabajó de manera incansable para sostener, con todo el esfuerzo que cabía en sus manos, a la Sagrada Familia. Él, corazón sencillo, agradecido y silente ante el misterio del Hijo de Dios hecho hombre, enseñó a Jesús a trabajar para que Él mismo –siendo Quien era– conociese el valor del esfuerzo, de la entrega en el trabajo y de la fatiga.

Ese ejemplo del Hijo de Dios hecho hombre trabajando con san José en el taller de Nazaret es la puerta que abre la esperanza de un Jubileo como el que ahora celebramos.

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Hacia un nosotros cada vez más grande

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

Hoy, último domingo de septiembre, la Iglesia celebra –como cada año– la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado: una oportunidad especial para expresar nuestro afecto con obras concretas hacia esos hermanos nuestros que, abrumados de vulnerabilidad, se enfrentan al desafío de encontrar una posaba digna donde reposar su cuerpo y su espíritu.

Este año, el tema elegido por el Papa Francisco es Hacia un nosotros cada vez más grande. Un mensaje que lleva implícito el deseo de que todos seamos uno, donde no haya lugar para «los otros», sino que todos «nosotros» formemos un solo cuerpo. Un lema que desea mostrar «un horizonte claro para nuestro camino común en este mundo», tal y como destaca el Papa Francisco en su mensaje para la 107ª Jornada Mundial de este año.

La Iglesia celebra esta jornada desde el año 1914. Y en el corazón de ese anhelado «nosotros», recordamos cómo Dios «nos creó a su imagen, a imagen de su ser uno y trino, comunión en la diversidad», recuerda el Santo Padre. «Y cuando, a causa de su desobediencia, el ser humano se alejó de Dios, Él, en su misericordia, quiso ofrecer un camino de reconciliación; no a los individuos, sino a un pueblo, a un nosotros destinado a incluir a toda la familia humana».

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La pastoral penitenciaria en el día de la Virgen de la Merced

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

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Queridos hermanos y hermanas:

 

El próximo viernes, 24 de septiembre, celebramos la fiesta de la Virgen de la Merced. Una advocación mariana que nace de la misericordia de Dios con sus hijos, del corazón de un Padre generoso que nos ha dejado –en la persona de la María– una Madre compasiva a la que acudir siempre que nos habite el dolor. Los orígenes de esta advocación se remontan al siglo XIII. La noche del 1 al 2 de agosto de 1218, la Virgen se aparece a Pedro Nolasco (quien se dedicaba a rescatar esclavos maltratados) y le comunica su deseo de fundar una congregación religiosa para redimir a los cautivos.

Así, «la que le dio la carne al Hijo de Dios» (como Ella misma le dice a Nolasco cuando él le pregunta quién es) prende de pasión el corazón del fundador de los Padres Mercedarios para que, a imagen y semejanza del Cristo Redentor, sea como el grano de trigo que, si no muere, no puede dar fruto (cf. Jn 12,24). Nuestra Señora de la Merced, la Madre de misericordia, de gracia y de perdón, es la patrona de las Instituciones Penitenciarias. Y ahí, en el alma herida de esa luz difusa y derramada que advertimos desde la ventana de la cárcel, deseo poner cada palabra de esta humilde plegaria: en el corazón de la pastoral penitenciaria.

Y admiro, agradezco y aliento a tantos voluntarios, capellanes, miembros de la vida consagrada y agentes de pastoral que, durante este tiempo de pandemia, han entregado cuidado de quienes viven en las periferias existenciales. Una pastoral penitenciaria que se deja la piel durante los doce meses del año y que, como señaló el Papa Francisco en un encuentro que mantuvo en 2019 con los miembros de las fuerzas de seguridad, personal administrativo y de la justicia, supone «un apoyo a los débiles» porque cada uno de sus miembros se convierte, día tras día, en «tejedor de justicia y esperanza». Así realizáis el mandato de Jesús: “Estuve en la cárcel y vinisteis a visitarme” (Mt 35, 36), por el que seréis invitados a las bodas eternas del Señor.

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Parroquia Sagrada Familia