Santa Teresa de Jesús Jornet, patrona de la ancianidad
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Una vez escuché al Papa Francisco decir a los ancianos que «están llamados a ser artífices de la revolución de la ternura». Y así, en clave de una esperanza que nunca se cansa de renacer, recordamos hoy a santa Teresa de Jesús Jornet, patrona de la ancianidad.
Su santo, que celebramos el próximo viernes 26, nos recuerda a una mujer que vivió dedicada –en cuerpo y alma– al servicio de los ancianos en estado de abandono. La vida de Teresa estuvo marcada por una fuerte vocación hacia todas esas causas difíciles donde no solo era necesaria la fe, sino también la pasión, la entrega, el cuidado, la caridad y la donación de uno mismo en pos de un amor infinito…
Leridana de nacimiento, desde muy pequeña se dejó llevar por la enseñanza hasta hacerse con el título de maestra. Tras varios años como educadora en Barcelona, recibe la llamada del padre Francisco Palau, su tío, quien le invita a trabajar como profesora en el Instituto de las Hermanas Terciarias Carmelitas, que él había fundado. Teresa desempeñó su labor allí, sin considerar en ningún momento la vida religiosa como opción para su vida. Ella, tras un tiempo, descubre que su verdadera vocación no se encontraba donde, anteriormente, había puesto su tienda…
Después de un largo discernimiento, Teresa decide entrar en el monasterio burgalés de las Clarisas de Briviesca, optando así por la vida contemplativa. Y aunque su afán religioso no se desvanece, la situación social le impide emitir los votos, por lo que vuelve a su hogar y se hace carmelita terciaria franciscana. Sin embargo, su regalo mejor guardado llegaría después: la Providencia le lleva a conocer una fundación nacida del celo sacerdotal de Saturnino López Novoa, canónigo de Barbastro. Este, junto a un grupo de sacerdotes amigos, se dedicaba al cuidado de ancianos abandonados. En ese momento, Teresa descubre que era el mismo Cristo quien le pedía entregarse a los demás desde ese servicio inspirado en la caridad evangélica, con los ancianos más pobres y desamparados.
«Cuidar los cuerpos para salvar almas» era la frase que acompañaba en todo momento su desmedido quehacer, por y para los demás. Y así, dándose sin descanso, secundaba Teresa de Jesús Jornet el carisma de la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, del que ella sería la superiora general durante 22 años (hasta el mismo día de su muerte, con solo 54 años).
La espiritualidad de la congregación se resume en acoger a los ancianos más pobres e integrarlos en un ambiente familiar, humano y fraterno donde estén cubiertas todas sus necesidades materiales, humanas, psicológicas y espirituales. Una tarea que esta religiosa no descuidó ni un solo momento, porque los ancianos eran su prioridad y el motivo por el cual veía en ellos el rostro de Cristo herido, necesitado, sufriente y resucitado. Fiel a las indicaciones de don Saturnino, encarnó el carisma y lo transmitió sin un solo respiro. Todas las hermanas decían de ella que era el alma y la vida de la Congregación, a la que condujo por caminos de caridad, entrega y santidad.
«Teresa Jornet tuvo algo, misterioso si se quiere, que nos atrae. A su lado se siente esa presencia inefable de la Vida que la sostuvo y la alentó en sus afanes de consagración a Dios y al prójimo, orientándola hacia la senda concreta de la caridad asistencial», confesó el Papa san Pablo VI en la homilía que pronunció en la Misa de canonización, el 27 de enero de 1974. El fruto de su ingente labor «cuajó de manera admirable, pero sin clamor externo», sostuvo el Santo Padre, dejando una verdadera profecía: «El quehacer de la gracia será siempre algo misterioso».
Declarada patrona de la ancianidad, es conocido el testamento que –desde su lecho de muerte– legó a la Congregación: «Cuiden con interés y esmero a los ancianos, ténganse mucha caridad y observen las Constituciones; en esto está su santificación».
Ponemos esta hermosa festividad y las casas que las Hermanitas tienen en Burgos y en Aranda de Duero en las manos de la Virgen María, a quien Teresa de Jesús Jornet amó desde una entrega total y una gozosa donación a Dios sirviendo a los ancianos. Y con sus palabras, nos abandonamos a ese amor con el que Dios Padre ama a cada uno de sus hijos desamparados, con el firme propósito de cuidar a los mayores como ella nos enseñó: «El Corazón de Jesús arde en llamas de purísimo amor. Con este amor purísimo es necesario que tratemos siempre a nuestros ancianos, interesándonos muchísimo de su bienestar temporal y eterno».
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.