Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
El pasado viernes celebramos el inicio de este nuevo curso pastoral y nos adentramos en el corazón compasivo del Padre para amar y servir a Su manera. Y ayer vivimos con gozo la ordenación episcopal de don Vicente Rebollo, quien ha sido hasta este momento vicario de economía de nuestra archidiócesis. Fue un momento de especial agradecimiento por sus años de servicio en nuestra Iglesia burgalesa. Y también ocasión para agradecer a Dios que se haya fijado en un sacerdote de nuestra archidiócesis para ejercer el ministerio episcopal en la Iglesia de Tarazona.
La Asamblea Diocesana, hecha realidad en el marco del Año Jubilar celebrado con ocasión del VIII Centenario de la Catedral, nos ha ayudado a redescubrir con nueva fuerza la conciencia de misión como Iglesia particular. Desde esa admirable frontera colmada de nombres, de rostros y de lugares concretos, en torno a las bases que ha asentado este providencial encuentro, vamos a ir haciendo camino de cara a un renovado curso pastoral que Dios nos regala.
Al hilo de la Asamblea, os he dedicado mi primera carta pastoral titulada Iglesia en estado de misión. Tanto el Documento Final de la Asamblea como esta carta pastoral nos invitan a renovar el encuentro personal y comunitario con Jesucristo que nos convierte en discípulos suyos y nos envía a la tarea de la evangelización.
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Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
El próximo miércoles 14 de septiembre, con la celebración de la Exaltación de la Santa Cruz, conmemoramos la festividad del Santo Cristo de Burgos que tendré el honor de presidir en la catedral a las 7.30 de la tarde. Esta devoción, que se extiende por varias regiones de España y por numerosas naciones de Hispanoamérica, pone ante nuestros ojos a un Amor crucificado que acoge todas nuestras dificultades, caídas y temores para recordarnos que el peso de Su cruz nos libera de todos nuestros yugos.
El septenario que ya ha comenzado a predicarse en honor al Santo Cristo que ampara y custodia nuestra ciudad, gira en torno a las Siete Palabras de Jesús en la cruz. Palabras que nacieron de los labios heridos del Señor, cuando estaba colgado del madero para darnos –por Su gracia– hasta la propia vida.
Estas palabras, semilla de un Amor inigualable, deben acompañar a nuestra Iglesia que peregrina en Burgos, en todos los momentos de nuestra existencia.
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Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
«¡Él vive! Hay que volver a recordarlo con frecuencia, porque corremos el riesgo de tomar a Jesucristo solo como un buen ejemplo del pasado, como un recuerdo, como alguien que nos salvó hace dos mil años. Y el que nos llena con su gracia, nos libera, nos transforma, nos sana y nos consuela. Es Alguien que vive». Con estas palabras del Papa Francisco recordándonos la experiencia fundamental que sostiene la vida cristiana, recomenzamos las tareas cotidianas después del tiempo estival.
Tras este periodo necesario de descanso, nos aferramos a esa esperanza que nunca defrauda, al don de fortaleza, a la ilusión y a la perseverancia: virtudes que brotan para hacernos de nuevo, para levantarnos y volver a empezar, con la confianza que nace en los brazos de Dios para devolvernos la alegría.
Y en este nuevo comienzo, Dios se hace presente; en el trabajo, en la familia, en las relaciones y en la vida cotidiana, allí donde hay una sola razón para volver los ojos al Amor infinito e inquebrantable. Siempre desde una actitud de servicio, de fidelidad, de entrega, con una misión grabada a fuego en el hondón del alma: «El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor, a quien me sirva mi Padre le honrará» (Jn 12, 36).
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Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, festividad de san Agustín de Hipona, recordamos a este doctor de la Iglesia y patrono de los que buscan, de manera incasable, la Verdad.
«Como el amor crece dentro de ti, la belleza crece, porque el amor es la belleza del alma». Esta frase del orador, filósofo y teólogo nacido en el norte de África, considerado uno de los Padres de la Iglesia más importantes en el cristianismo, aúna todo lo que Dios, al encontrarse con él, dejó escrito en lo profundo de su mirada: amor, belleza, verdad y bien.
Sin embargo, toda su vida no fue un canto a la fe. Su carácter inquieto le mantuvo lejos de la religión cristiana durante muchos años. Pero su madre, Mónica, rezaba día y noche por la conversión de su esposo y de su hijo. Después de varios años, Agustín, que había llegado a la península Itálica en busca de nuevas escuelas filosóficas, al escuchar un sermón de San Ambrosio de Milán y la salmodia cantada en el templo sintió que su coraza interior se derrumbaba y amanecía una luz y un amor nuevos para él totalmente desconocidos. Abandonó sus malos vicios y costumbres y, en el Domingo de Resurrección de ese mismo año, decidió bautizarse y aceptar la fe cristiana.
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