A finales del siglo doce surgió en Lieja (Bélgica) un movimiento eucarístico que tuvo por centro la Abadía de Cornillon.
En 1193 nació cerca de esta Abadía una niña a quien bautizaron con el nombre de Juliana y que, al quedar huérfana siendo muy pequeña, fue confiada a esas religiosas y luego ingresó en esa comunidad, donde llegó a ser su Priora. Desde muy joven destacó por una gran veneración al Santísimo Sacramento y anhelaba que se creara una fiesta en su honor. Este deseo se intensificó a raíz de una visión sobre la Iglesia, bajo la apariencia de una luna llena con una mancha negra, que interpretó como la ausencia de esta solemnidad. Juliana comunicó tal visión al obispo de Lieja y al arcediano de la catedral de esa ciudad, que sería más tarde Papa y recibiría el nombre de Urbano IV.
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Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
Desde hace unos años, la fiesta del Corpus Christi ha vuelto a tener tres protagonistas: el pueblo, la Eucaristía y los pobres.
Desde sus orígenes, el pueblo cristiano se volcó en la celebración del Corpus. Con el paso de los años, en España llegó a convertirse en una especie de fiesta nacional y la exportamos a América en el momento de su descubrimiento y evangelización. La Reforma Protestante, lejos de influir negativamente, fue ocasión para que el pueblo se enfervorizase aún más con la fe católica sobre la Eucaristía. De hecho, el siglo XVII es una especie de siglo de oro para la fiesta del Corpus.
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La vida cristiana de cada uno de nosoLtros comenzó con estas palabras: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Y concluirá -¡Dios lo quiera!- con estas: "Sal de este mundo, alma cristiana, en el nombre del Padre que te creó y del Hijo que te redimió y del Espíritu Santo que te santificó".
Entre estos momentos, son incontables las veces que hemos oído esos tres nombres y no menos incontables las que los hemos pronunciado. Base pensar que cuando decimos el "Gloria Patri", rezamos así: "Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo". Cuando hacemos la señal de la cruz, por ejemplo, al salir de casa cada mañana, repetimos: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Cuando renovamos las promesas bautismales en la Vigilia Pascual o al recibir el sacramento de la Confirmación, lo hacemos confesando nuestra fe en cada una de esas tres divinas Personas.
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Tres palabras resumen del evangelio de hoy: presencia, misión y poder.
En primer lugar, presencia del Resucitado en medio de sus discípulos, llenos de miedo e inquietud, pues piensan que el poder de los enemigos es más poderoso que la protección de Dios. Jesús lo sabe y viene con su presencia y con su paz: "Paz a vosotros". Y les muestra su carné de identidad de Resucitado, que es la garantía de la paz: las manos y el costado traspasados.
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