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Jornada Mundial de los Pobres

16/11/2025

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)

Queridos hermanos y hermanas:

La Jornada Mundial de los Pobres nos congrega, un año más, para atravesar el corazón de nuestra fe. Tú, Señor, eres mi esperanza (Sal 71, 5) reza el lema que nos habla de una certeza profunda que da sentido a la vida en tiempos de fragilidad, de vulnerabilidad y de prueba.

Desde el Antiguo Testamento, Dios ha mostrado su predilección por los anawim, los pobres de Yahvé, los humildes que se convierten en la imagen de la esperanza verdadera. Al contemplar a los necesitados de hoy, no podemos permanecer indiferentes con el corazón cerrado a sus fragilidades. La fidelidad de Dios hacia los pobres toma nuestras vidas para ser su mirada compasiva y sus manos providentes.

La esperanza cristiana no depende de nuestra fuerza ni de nuestra capacidad; brota de la promesa fiel de Dios que no abandona a ninguno de sus hijos. El Papa León XIV, en su carta para esta jornada, nos recuerda que el pobre puede ser testigo de una esperanza fuerte y fiable, porque «la profesa en una condición de vida precaria, marcada por privaciones, fragilidad y marginación». Su confianza, por tanto, no nace de la seguridad, sino de ese anhelo de eternidad que «sólo puede reposar en otro lugar», insiste el Santo Padre, reconociendo que «Dios es nuestra primera y única esperanza».

La pobreza más grave no habita únicamente en los bolsillos, sino en la ausencia de confianza desnuda en Aquel que nunca falla. La Palabra de Dios nos lo recuerda, una y otra vez: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos» (Mt 5,3). Así, la auténtica riqueza del ser humano no reside en atesorar bienes en la tierra, sino en abrir el corazón a la presencia inagotable de Dios. Esto nos lo enseñan muchos necesitados, pues la confianza puede descansar en la certeza de que la fidelidad de Dios ilumina, incluso, la noche más profunda.

«Los pobres tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus sufrimientos conocen al Cristo doliente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos», dejó escrito el Papa Francisco en el número 198 de Evangelii gaudium. Nuestra vocación como Iglesia es estar cerca de los que sufren, ser parte de su dolor hasta hacerlo también nuestro y juntos poder aliviarlo. Es la manera de ser uno con Cristo, con Aquel que soportó el peso del sufrimiento para liberarnos de las cadenas de la esclavitud. Esta es manera de vivir la fe, y descubriremos el sentido de esta promesa cuando caigamos en la cuenta de que los pobres también colaboran en sostener nuestra fe, porque la vida auténtica se construye en la confianza en Dios.

San Francisco de Asís decía que «tanto es el bien que espero, que toda pena me es consuelo». El santo que amaba y cuidaba a los enfermos, a los leprosos y a los marginados, los consideraba hermanos y portadores de Cristo. La caridad hacia ellos era la expresión más auténtica de la fe. Con su vida, entendió que quien pone su confianza en el Señor no teme perder nada, porque ya lo ha ganado todo. Y así hemos de aprenderlo nosotros.

Que nuestras palabras se inspiren también en las de santa Teresa de Jesús, quien vivió el vaciamiento interior como un camino de auténtica plenitud; para que, con ella, podamos decir que nada nos turba ni nos espanta, porque todo se pasa, pues Dios no se muda y la paciencia todo lo alcanza; porque, al final del camino, «sólo Dios basta».

Le pedimos al Señor y a la Virgen María que esta jornada acreciente nuestro deseo de poner cada día más nuestra confianza en Dios, que es Padre providente y de reconocer en cada necesitado el rostro crucificado y resucitado de Jesús. Que nuestras manos sean consuelo para el débil, nuestro corazón compañía para el necesitado y nuestra vida un reflejo de la misericordia infinita de Dios.

Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga