La santidad es el abrazo de Dios
Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, cuando celebramos el Día de la Iglesia Diocesana, estamos invitados a una tarea muy especial: a aprender del camino emprendido por tantos santos, beatos, venerables y siervos de Dios que custodian la mirada de una Iglesia particular cimentada por y para el amor.
Coincidiendo con la fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán y bajo el lema Tú también puedes ser santo, fijamos nuestros ojos en los de esos santos que habitan los jardines del Cielo y en los «de la puerta de al lado» (que decía el papa Francisco) que han correspondido con su entrega al don recibido y, enamorados hasta el extremo, se han dejado transformar por la acción del Espíritu Santo.
El Señor nos eligió a cada uno de nosotros para que, desde nuestra propia vocación, «fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1, 4). Por tanto, nuestra misión principal es vivir el amor de Dios, en el contexto actual, dentro de los apasionantes desafíos que se nos presentan.
Las circunstancias que esta vida nos brinda una y otra vez, nos enseñan que nadie se salva solo, sino que Dios nos atrae «tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana», porque «Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo» (Gaudete et exultate, 6). La santidad es el abrazo de Dios, es «el rostro más bello de la Iglesia» (Ibíd, 9), el latido amable del Padre donde los pequeños gestos prevalecen como un tesoro inabarcable, donde todos los invitados al Banquete de Cristo tienen su lugar, donde nadie queda afuera.
Si la voluntad de Dios es nuestra santificación (cf. 1 Ts 4, 3), cada santo se convierte en misionero de la gracia resucitadora del Señor Jesús. Y aquí recordamos no solamente a aquellos que nos precedieron, sino también a aquellos que, con su ejemplo, habitan los silencios y los anhelos de un mundo necesitado de perdón, de fraternidad, de compasión y de misericordia. Y lo hacen en las familias, en los trabajos, en el campo o en la ciudad, en rincones inhóspitos donde apenas llega nadie y en tantos proyectos que se llevan a cabo a la luz del Maestro.
En este día tan señalado para nuestra Iglesia burgalesa, queremos mostrar con humildad algunos datos de las actividades concretas en los diversos campos pastorales que llevamos adelante quienes formamos parte de esta maravillosa familia de Dios.
«Todo en la vida de Jesús es signo de su misterio», dice el número 515 del Catecismo de la Iglesia Católica. Y así ama Cristo en nosotros, en nuestros gestos y acciones, en nuestras decisiones y acogidas, en nuestras palabras y obras, para que el camino de nuestra santificación sea recorrido a la medida de su mirada.
También hoy, en el Seminario Mayor de San José, celebramos una fiesta entrañable que llamamos “el Reservado”. Conmemora la primera vez que, una vez celebrada la Eucaristía, el Señor se quedó “reservado” en el sagrario del Seminario para ser el centro, la fuente, la luz y el culmen de todas las actividades que en esta institución educativa para los sacerdotes habrían de tener lugar. Y precisamente la Eucaristía es la fuente de la caridad, es decir, de la vida santa de todos los fieles cristianos, que nos capacita y envía para amar como Él nos ha amado.
Como María de Nazaret, transparentemos el rostro de Jesús en lo cotidiano de nuestras vidas y seamos reflejos de su afable bondad. Sólo así, aferrados a ese misterio santificado, llegaremos a ser lo que el Padre pensó cuando nos creó. Porque tú, que eres su hijo amado, también puedes ser santo.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.