Jesucristo, Palabra definitiva de paz y esperanza

Mario Iceta Gavicagogeascoa (Arzobispo de Burgos)
Queridos hermanos y hermanas:
«Sueño con una comunicación que no venda ilusiones o temores, sino que sea capaz de dar razones para esperar», confesaba el papa Francisco en su mensaje para la LIX Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Hoy, solemnidad de la Ascensión del Señor, celebramos esta Jornada Mundial, instaurada por el papa Pablo VI en 1967.
En esta ocasión, el tema elegido por el Papa proviene de la primera Carta de Pedro y es Compartid con mansedumbre la esperanza que hay en vuestros corazones, (cf. 1 P 3,15-16), alentando al diálogo, a la fraternidad y al indispensable compromiso «para poner en el centro de la comunicación la responsabilidad personal y colectiva hacia el prójimo».
Esta celebración anual anima a reflexionar sobre las oportunidades, los retos y los desafíos que ofrecen los medios de comunicación en favor de una Iglesia que ha de comunicar –a tiempo y destiempo (cf. 2 Tim 4, 2)– la Palabra y el mensaje del Evangelio.
En su mensaje, el papa Francisco destacaba cómo, en el mundo actual y con demasiada frecuencia, «la comunicación no genera esperanza», Y debería ser, ahora y más que nunca, un punto en común para establecer las condiciones que forjen un diálogo fraterno, cordial y profundamente humano. Una petición que requiere multitud de esfuerzos para «desarmar la comunicación» y «purificarla de la agresividad», tal y como destaca el papa León XIV. Palabras que no hieran, sino que abran horizontes nuevos por los que transitar con esperanza. Palabras que reflejen acogida permanente y ofrecimiento para compartir el camino sosteniéndonos en la dificultad y el cansancio.
Sin duda alguna, hemos de caminar en comunión hasta vivir una comunicación que nos ayude a «reconocer la dignidad de cada ser humano» (Dilexit nos, 217). Esto exige comunicar verazmente, de manera que todas nuestras palabras exhalen el bonus odor Christi: el buen olor de Cristo que sana y limpia todo lo que brota del corazón.
Debemos llevar a la práctica una comunicación que sane las heridas de nuestra humanidad, dando espacio –como escribía el papa Francisco– a «la confianza del corazón» que, «como una flor frágil pero resistente, no sucumbe ante las inclemencias de la vida», sino que «florece y crece en los lugares más impensados: en la esperanza de las madres que rezan cada día para ver a sus hijos regresar de las trincheras de un conflicto; en la esperanza de los padres que migran entre tantas dificultades en busca de un futuro mejor; en la esperanza de los niños que logran jugar, sonreír y creer en la vida entre los escombros de las guerras y en las calles pobres de las favelas».
Seamos apóstoles y testigos del mensaje que cambia la historia de la humanidad: el de Jesucristo, la Palabra definitiva de Dios. Como decía el papa León XIV a los representantes de los medios de comunicación el pasado 12 de mayo: «Desarmemos la comunicación de cualquier prejuicio, rencor, fanatismo y odio; purifiquémosla de la agresividad. No sirve una comunicación estridente, de fuerza, sino más bien una comunicación capaz de escucha, de recoger la voz de los débiles que no tienen voz. Desarmemos las palabras y contribuiremos a desarmar la tierra. Una comunicación desarmada y desarmante nos permite compartir una mirada distinta sobre el mundo y actuar de modo coherente con nuestra dignidad humana».
Seamos miembros los unos de los otros (cf. Ef 4, 25), custodiando la verdadera comunión que acoge al prójimo como Cristo nos acoge a nosotros para generar la verdadera civilización del amor.
Seamos portadores del Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros (cf. Jn 1, 14), con el testimonio de una vida y con una palabra que reflejen la luz de Dios, porque todos somos miembros del único cuerpo del que Cristo es la cabeza; y toda comunicación humana debe reflejar en último término el amor incondicional con que Dios nos ama.
Con María, convirtámonos en comunicadores de una esperanza verdadera que sosiega el corazón humano y lo inunda de paz, para que demos espacio únicamente al bien que el Señor Jesús nos revela, con la ternura de un amor que sólo saber escribir –a corazón abierto y revestido de verdad– palabras de vida eterna.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.