Dos encuentros mundiales sobre la familia
Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
No es la primera vez que lo hago ni será la última. Entre otras razones, porque las circunstancias lo siguen exigiendo y porque el Papa no cesa de pedirlo. Me refiero a la oración por los dos grandes acontecimientos eclesiales que tenemos a la vista: la Jornada Mundial de las Familias en Filadelfia y el Sínodo de los obispos sobre la familia humana y cristiana.
La Jornada Mundial de Filadelfia, a la que tendré el honor y gusto de asistir como miembro de la delegación española de obispos, se desarrollará del 22 al 27 de septiembre y alcanzará su punto culminante con la Misa Solemne que celebrará el Papa el día 27, a las 4 de la tarde hora local. Tiene el interés añadido de que sigue inmediatamente a la visita del papa Francisco a Cuba, donde se reunirá con Fidel Castro, y la visita a las Naciones Unidas.
Filadelfia es conocida mundialmente como la Campana de la Libertad. La campana sonó para convocar a los ciudadanos americanos para la lectura de la Declaración de Independencia, en 1776. Eso explica que la campana haya sido elegida como logo del Encuentro Mundial de las Familias para manifestar el papel de la ciudad de Pensylvania en el reconocimiento y defensa de los derechos civiles y de la libertad religiosa. La campana suena ahora para anunciar la buena noticia de la familia. Pero esa campana no suena ella sola sino que forma un gran concierto con tantas campanas del mundo que llaman a las familias a la iglesia. Coronando la campana hay una Cruz, como signo de la centralidad de Cristo en la vida familiar y de la Iglesia, e incrustada en ella una familia con cinco personas de diversas edades, que significan los diferentes papeles en la unidad: el padre, la madre, el hijo, la hija, el hermano, la hermana, el abuelo, la abuela, los tíos y tantos otros.
Vale la pena que acompañemos este Encuentro Mundial con nuestro afecto humano y cristiano y que se lo encomendemos muy especialmente a la Virgen, para que los frutos sean copiosos para la Iglesia y para la sociedad. Lo que está en juego es sumamente importante. Porque en medio de «una civilización fuertemente marcada por la tecnocracia económica» y en la que «la subordinación de la ética a la lógica del beneficio goza de inmensos medios y de un apoyo mediático enorme» –como dijo el Papa en la audiencia del pasado miércolesse hace cada vez más necesaria una nueva alianza entre el hombre y la mujer «que libere a los pueblos de la colonización del dinero y de las colonizaciones ideológicas», de modo que la tierra sea «un lugar habitable, donde se transmite la vida y se perpetúe el nexo entre la memoria y la esperanza».
La alianza entre el hombre y la mujer ha sido querida por Dios desde el mismo momento de la creación, no sólo para velar por los intereses íntimos de la familia sino para ‘domesticar’ el mundo, es decir, para convertirlo en una gran familia. El trabajo que tenemos por delante es inmenso pero entusiasmante. No estamos solos. Dios mismo se ha comprometido a favor del hombre y de la alianza entre el hombre y la mujer. Así aparece en la bendición especial que dio a la mujer en el Paraíso, cuando se encaró con el diablo que la había engañado y le aseguró que la descendencia de la mujer quebrantaría su cabeza.
Ese gran proyecto de Dios sobre la alianza entre el hombre y la mujer requiere hoy que la Iglesia se vuelque sobre la familia con su apoyo, pues no son pocas ni pequeñas las dificultades por las que está atravesando. De ello quiere ocuparse el Sínodo de los Obispos que comenzará los primeros días del próximo octubre. Pidamos que el Espíritu Santo ilumine a nuestros pastores y que éstos se dejen guiar por Él, conscientes de que «si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles».