Revalorizar el noviazgo
Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
El papa Francisco lleva varios meses hablando de la familia durante las audiencias de los miércoles en la Plaza de San Pedro. Y todo apunta a que continuará con este asunto varios meses más. Es muy comprensible esta toma de postura, porque el argumento tiene una extraordinaria importancia y actualidad.
En una de sus últimas intervenciones ha tratado del noviazgo. Personalmente he sentido una satisfacción especial, no sólo porque durante muchos años me ocupé del matrimonio en el Pontificio Consejo de la Familia, sino porque estoy convencido de la importancia que el noviazgo tiene para la buena marcha del matrimonio y de la familia y me preocupa que se tome tan a la ligera en muchos casos.
El noviazgo, como señala el Papa, es el tiempo en el que un hombre y una mujer "están llamados a realizar un buen trabajo sobre el amor, un trabajo participado y compartido, que va al fondo". Es decir, un periodo de aprendizaje para el matrimonio. Precisamente, porque el matrimonio es una cosa seria y dura toda la vida, no se improvisa de una día para otro. "No existe el matrimonio exprés", sino que es preciso trabajar el amor, como se trabaja una labor de artesanía. Si nadie viviría en una casa que no hubiera construido un arquitecto ni cruzaríamos en coche un largo puente no realizado por un ingeniero, ¿cómo arriesgarse a recorrer el proyecto de una vida compartida durante toda la existencia sin conocer en sus líneas fundamentales dicho camino y llegar a la conclusión de que ese camino está hecho para nosotros?
Algo se hace con los Cursos prematrimoniales. A veces, antes de hacerlos, los interesados lo ven como una exigencia de los sacerdotes, aunque, cuando lo terminan, están contentos y lo agradecen. Con todo, los cursos prematrimoniales no se pueden considerar como una verdadera preparación al matrimonio. Entre otras cosas, porque son muy cortos y se hacen cuando el novio y la novia están ya tan decididos, que han apalabrado el lugar de la celebración de la boda y el hotel del banquete. El noviazgo es más que esta preparación inmediata al matrimonio, unas semanas o unos días antes de contraerlo.
El noviazgo hay que plantearlo en otra perspectiva. Ha de ser un tiempo para conocerse a fondo, para saber si el uno está hecho para compartir la vida con el otro, si hay una madurez suficiente para embarcarse en un asunto en el que nos jugamos la felicidad humana y la eterna. Como dice el Papa, es tiempo para el "conocimiento mutuo y compartir el proyecto".
El hecho de estar juntos, incluso de convivir, no asegura que exista este conocimiento y se comparta el proyecto. De hecho, personas que han convivido durante años, se separan a los pocos meses de casarse. También lo señala el Papa: "Los novios, a veces conviviendo, no se conocen de verdad". El noviazgo es un camino de maduración y ésta se hace paso a paso. Le sucede como a la fruta: va madurando poco a poco en el amor, hasta que se convierte en matrimonio.
En este camino de maduración hay que ir a lo esencial: llegar al convencimiento razonable de que esta persona va a compartir su vida conmigo para siempre y va a ser la madre y el padre de mis hijos. Parte fundamental es también contar con el Señor. Sólo Él asegura que los novios custodien juntos "algo que jamás deberá ser comprado o vendido, traicionado o abandonado, por más atractiva que sea la oferta". Por eso, el Papa señala que los novios cristianos necesitan redescubrir juntos el matrimonio a la luz de la Palabra de Dios, hacer oración litúrgica y personal, frecuentar los sacramentos, y en concreto, el de la confesión. Porque a través de ellos "el Señor viene a morar en los novios y los prepara para acogerse de verdad el uno al otro".