La iglesia servidora de los pobres
Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
El pasado 24 de abril, la Conferencia Episcopal Española publicó en Ávila, como conclusión de su Asamblea Plenaria, una instrucción pastoral titulada La Iglesia, servidora de los pobres. Su objetivo es doble. De una parte, compartir con los fieles y gente de buena voluntad su preocupación por el sufrimiento que ha traído consigo la actual «crisis económica, social y moral» y, de otra, su esperanza al ver el esfuerzo desplegado por tantos miembros de la Iglesia en favor de quienes más sufrían las consecuencias de la crisis.
El documento, que es muy amplio, está dividido en cuatro partes. La primera aborda la situación actual; la segunda, las causas que la han provocado; la tercera, los principios a cuya luz es preciso afrontarla y, por último, algunas propuestas concretas desde la fe.
La situación actual se caracteriza, según los obispos, por estas dos grandes realidades: 'los nuevos pobres y las nuevas pobrezas' que sufren las familias, los jóvenes, el mundo rural y del mar, y, muy especialmente, los emigrantes. Éstos «sufren más que nadie la crisis que ellos no han provocado» y comprueban que «los países que los reciben recortan sus derechos y limitan los servicios sociales básicos». Esta situación se agrava por 'la corrupción'. Los obispos tienen para ella un juicio muy severo: «es un mal moral», «es éticamente reprobable» y «es un grave pecado».
Los obispos no se olvidan de señalar que tanto la pobreza actual como la corrupción han podido instalarse más fácilmente gracias al «empobrecimiento espiritual» de nuestra sociedad, cuyas manifestaciones más claras son «la indiferencia religiosa, el olvido de Dios o la despreocupación por el destino trascendente del ser humano».
En la segunda parte los obispos abordan las causas que nos han llevado a la presente situación. Vale la pena reflexionar sobre ellas. Son estas cuatro: 'la negación de la primacía del ser humano', 'el dominio de lo inmediato y técnico en la cultura actual', 'el modelo social centrado en la economía' y 'una cierta idolatría de los mercados', como si ellos fueran capaces de «resolver todos los problemas sociales».
La tercera parte se centra en los principios que hemos de manejar para resolver la crisis actual. Los obispos señalan los siguientes: 'la primacía de la persona humana', 'la dimensión social y el destino universal' que tienen los bienes, 'la solidaridad y el equilibrio entre los derechos y deberes' y 'la subsidiariedad' que señala 'las funciones y responsabilidades que corresponden a las personas individuales en el desarrollo de la sociedad a través de comunidades y asociaciones de orden familiar, educativo, cultural, etc.'. Hay un principio especialmente importante: 'el derecho a un trabajo digno y estable que permite la integración y la cohesión social'.
Finalmente, la cuarta parte ofrece algunas propuestas para vivir el compromiso caritativo, social y político. Concretamente, ¡promover una actitud de renovación y conversión', 'cultivar una espiritualidad que impulse el compromiso social', 'apoyarse en la fuerza transformadora de la evangelización', 'profundizar en la dimensión evangelizadora de la caridad', 'defender la vida y la familia como bienes sociales fundamentales', 'afrontar el reto de una economía inclusiva y de comunión' y 'fortalecer la animación comunitaria'.
Pienso que los obispos hemos dicho una palabra que era necesaria y que el pueblo fiel estaba esperando. Ahora nos toca a todos conocerla, intentar llevarla a la práctica y divulgarla en nuestros ambientes.